«Iba pasando por el Ojo de Agua cuando escuché balazos, aceleré y en cuestión de segundos ya estaba a salvo», fueron las palabras de una persona que la tarde del 25 de septiembre viajaba en su auto con destino a Matehuala.
Nadie se imaginaba que la subjetiva tranquilidad acabaría para el Altiplano; todo parecía en orden cuando civiles se enfrentaron contra policías. Una lluvia de balas llegó a la comunidad Ojo de Agua sin ningún tipo de indicio.
Aunque fueron varias personas a quienes el destino las puso en ese lugar, una de ellas nos relató que constantemente viaja de Cedral a Matehuala. En su estéreo escuchaba música regional con un volumen promedio, menciona que no le gusta ponerlo alto porque prefiere estar alerta de lo que ocurre al exterior como ambulancias o patrullas.
Pasó los reductores de velocidad que están justamente en la curva del Ojo de Agua, bajó los vidrios para respirar aire natural, pero el calor abochornó el interior. Nuevamente se encerró.
Ruidos externos hicieron zumbar sus oídos, el primer pensamiento fue la festividad religiosa. En un giro repentino estuvo en la realidad; se encontraba prácticamente en un fuego cruzado. El pie derecho presionó a fondo el acelerador, salió de la escena y se puso a salvo, observó el retrovisor, no sabía si era contra ella, pero ya se sentía tranquila.
Respiró profundo, el corazón bajó su ritmo, pero no fue por mucho tiempo. En calles de Matehuala se vivía el mismo panorama, ya no estuvo entre balas, solo se escuchaban a lo lejos los ecos de ráfagas de metralletas, volteó a su estéreo, ya no tenía volumen, tampoco supo en qué momento lo puso en cero.
El instinto de supervivencia la hizo pensar en regresar a Cedral. Sin dudar tomó la decisión, enfiló con miedo hacia la carretera 57 para evitar pasar por el Ojo de Agua y giró hacia la izquierda en el entronque a Cedral.
Consultó medios de comunicación, todos alertaban sobre la violencia. Le recomendación era estar en casa y esa era su intención, pero estaba a veinte kilómetros de su hogar. Avanzó, el ambiente era tenso pero se veía en paz.
Conforme se acercaba a Cedral se sentía segura. Llegó a su casa con la incertidumbre de acompañante. En sus redes sociales no se hablaba más que de la violencia, pensó que ya todo había pasado, pero las balaceras también se habían trasladado a Cedral, dentro de su casa, ya más tranquila y desde lejos vio un convoy de camionetas. Supo que delincuentes echaron ponchallantas en la carretera para detener tráileres y bloquear el paso, aparentemente, de policías. ¡Menos mal que ya llegué! -exclamó en mente-.
Al día siguiente enfrentó un nuevo miedo: salir a la calle y ser víctima de «algo» como una bala, un choque o el terror de ver de cerca otra postal violenta sin saber si esta vez… «le va a tocar».