Los padres son el modelo de los hijos para saber cómo dialogar con otras personas a la hora de exponer puntos de vista diferentes.
En la dinámica de la convivencia familiar es normal que se generan discusiones entre los progenitores, pero una cosa es que ocurran de forma esporádica, debido a que se tienen diferentes opiniones, y otra que se produzcan de manera habitual, con faltas de respeto y en un ambiente de tensión.
En el primer caso, los hijos lo perciben como una dinámica normal de convivencia, les ayuda a gestionar diferentes opiniones y a solucionar conflictos a través del diálogo, lo cual no resulta negativo. Si sucede constantemente, en cambio, les generaría inseguridad y ansiedad.
Los niños necesitan congruencia entre sus progenitores a la hora de marcarles unas pautas de comportamiento, donde vean que sus padres van a la par en cuestiones de educación y convivencia, pero también conviene que entiendan que las personas pueden tener ideas diferentes y se puede dialogar y negociar de manera civilizada, es normal que ocurra y es aconsejable que perciban que un desacuerdo no implica dejar de quererse.
Fuera del marco del respeto, la opinión y el diálogo, las confrontaciones delante de los menores se convierten en un mal ejemplo cuando hay discusiones constantes con insultos o gritos, los hijos reciben un modelo de relación de sus padres que les genera mucha inseguridad y miedo, porque creen que se van a separar.
Los niños también pueden sentir que se tienen que posicionar con uno u otro, lo que crea tensiones en la convivencia familiar, ser espectador de conflictos constantes provoca ira, desconcierto, agresividad, fracaso escolar, tristeza, estrés, o terrores nocturnos/pesadillas, entre muchos más síntomas.
La culpabilidad de los hijos es otra consecuencia de los desacuerdos comunicativos entre los padres. Si las discusiones tienen que ver con diferencias en cuanto a temas educativos, o relacionados a la crianza, los niños perciben que son los culpables de la situación y les puede generar mucho malestar. Si esto sucede, los padres tendrían que buscar ayuda, a través de un mediador, para cambiar la forma de gestionar sus diferencias.
El núcleo familiar debe ser un entorno seguro en el que exista estabilidad, es un espacio donde se desarrolla el aprendizaje de habilidades, conductas y emociones que conforman la personalidad en la vida adulta y, un ambiente con discusiones se aleja de este objetivo. Las peleas también pueden tener lugar entre otros miembros de la familia, como los tíos o los suegros, y el efecto que provocan en el niño es similar a cuando ocurre entre los padres.
A pesar de que los desacuerdos son algo natural y con lo que tarde o temprano tendremos que lidiar, existen algunas pautas que podemos tomar en cuenta para con nuestros hijos:
- Tener una comunicación sincera y adaptada a la edad del menor para explicarle que los adultos necesitan expresar diferentes emociones.
- Cuando la pelea ha superado los límites del respeto, hay que explicarles que no ha sido una conducta ajustada a los valores que se quieren tener.
- Mostrarse receptivo a las dudas y preguntas que el niño tenga y trasladarle que el amor y el cariño sigue existiendo a pesar de la pelea dialéctica.
- Ser un modelo adecuado de la capacidad de poder expresar y argumentar desde el respeto.
- Tener en cuenta que el cuidado de los hijos pasa por no gritar o insultar a otra persona delante de ellos, porque se trata de un ejemplo de violencia verbal y emocional.