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Luces que no se apagan; el clamor por los desaparecidos en el Altiplano Potosino

El 24 de enero de 2011, Víctor Santiago Rosales Álvarez salió de Matehuala con rumbo a Laredo, Texas. Nunca llegó. Su desaparición no solo marcó el inicio de una búsqueda, sino de una herida que, catorce años después, sigue abierta. Su hermano, Francisco Javier Rosales Álvarez, emprendió una travesía dolorosa por oficinas, fronteras y promesas incumplidas, enfrentando una justicia que nunca llegó. Cada expediente empolvado, cada llamada ignorada, cada puerta cerrada fue sumando al peso insoportable de la ausencia.

El nombre de Víctor Santiago sigue vivo en la memoria de quienes no han dejado de buscarlo. Su rostro habita en las fotografías que su familia aún sostiene, en los trámites que no cesan, en las veladoras que iluminan la esperanza contra el olvido. Su historia, lejos de ser un caso aislado, forma parte de un mapa de ausencias que crece en silencio en el Altiplano Potosino.

El 4 de marzo de 2011, apenas unas semanas después de la desaparición de Víctor, José Alejandro Vargas Vázquez, de 25 años, también desapareció en Matehuala. Era una época en la que las cifras de desaparecidos apenas comenzaban a preocupar, cuando aún no había rostros en las portadas ni marchas en las calles. Su familia aprendió, a fuerza de dolor, a vivir con la incertidumbre, con la fotografía de José Alejandro en un altar improvisado donde las veladoras no bastaban para iluminar las respuestas que no llegaron.

Años después, la historia se repitió. El 23 de marzo de 2022, Manuel Salinas Rosas, de 32 años, desapareció en el mismo municipio. Su familia recorrió el mismo laberinto burocrático, las mismas promesas inhumanas, las mismas puertas que nunca se abren. Las calles por donde Manuel caminaba hoy solo guardan el eco de sus pasos.

El 28 de enero de ese mismo año, Elizabeth Alvarado Castillo desapareció también en Matehuala. La búsqueda terminó con la noticia que nadie quiere recibir: sus restos fueron entregados a la familia. Fue un cierre amargo, un alivio que dolía más que la incertidumbre. Su nombre, ahora, se pronuncia entre lágrimas, pero también con la promesa de que su historia no será olvidada.

Más al norte, en Charcas, el 21 de septiembre de 2023, Joel Florencio Moreno Rodríguez, de apenas 20 años, desapareció sin dejar rastro. La comunidad, incrédula, se preguntaba cómo alguien tan conocido podía esfumarse sin testigos, sin pistas. Su familia, desde entonces, camina las mismas rutas: oficinas, volantes, marchas. La esperanza, aunque golpeada por el viento del tiempo, sigue ardiendo.

Por ellos, y por los casi 180 desaparecidos del Altiplano Potosino, Matehuala se iluminó la noche del viernes 28 de marzo. Estudiantes y maestros de la Universidad de Matehuala encendieron veladoras en la explanada universitaria, cada una representando un nombre, una historia inconclusa, una silla vacía en alguna mesa. Bajo el cielo despejado, las miradas apagadas y las voces quebradas tejieron una noche de memoria y resistencia.

Los familiares compartieron sus testimonios ante un público joven, silencioso, algunos con lágrimas contenidas, otros con rabia que asomaba en los ojos. Cada relato fue una herida expuesta, un grito ahogado que pedía justicia.

Las veladoras ardieron hasta consumirse, dejando al final solo la oscuridad, pero también un mensaje indeleble: la memoria no se apaga. No importa cuántos expedientes cierren las autoridades, cuántas puertas no se abran, cuántas voces intenten silenciar. En Matehuala, cada llama fue un acto de resistencia, una promesa de no rendirse, un recordatorio de que la ausencia sigue siendo una presencia que duele.

Hoy, las cifras siguen creciendo. En Matehuala hay alrededor de 50 personas desaparecidas; en todo el Altiplano potosino, unas 180. “Vivimos con miedo”, confesó una de las voces esa noche, la voz de quien sigue buscando, de quien no se resigna. Porque mientras las veladoras sigan encendiéndose, mientras los nombres sigan pronunciándose, la lucha seguirá. Y la memoria tampoco se apagará.