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¿A qué edad somos menos felices?

Los especialistas explican que, a partir de los 18 años, la satisfacción con la vida tiende a descender poco a poco hasta llegar a este punto bajo

La felicidad, entendida como un estado subjetivo y complejo, varía de persona a persona y depende de múltiples factores individuales y contextuales, asegura la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sin embargo, estudios recientes confirman que este estado no es constante a lo largo de la vida, sino que sigue un patrón predecible.

Investigaciones internacionales, entre ellas una realizada por el National Bureau of Economic Research, han identificado un fenómeno conocido como la curva de la felicidad en forma de “U”, la cual muestra que la satisfacción personal es más alta durante la juventud, desciende progresivamente en la mediana edad y vuelve a elevarse en la vejez.

De acuerdo con estos estudios, el punto más crítico de la felicidad ocurre entre los 47 y 50 años, etapa comúnmente relacionada con la llamada “crisis de la mediana edad”. Durante este periodo, factores como altos niveles de estrés, presión laboral, responsabilidades familiares, dudas existenciales y cambios físicos o emocionales impactan directamente en la percepción de bienestar.

Los especialistas explican que, a partir de los 18 años, la satisfacción con la vida tiende a descender poco a poco hasta llegar a este punto bajo. No obstante, pasada esta etapa, entre los 60 y 70 años, muchas personas reportan sentirse más plenas, tranquilas y satisfechas que nunca. Entre las posibles razones se encuentran la menor presión social, una mayor aceptación personal, más tiempo para actividades propias y una valoración más consciente del presente.

Sorprendentemente, este comportamiento se observa sin importar factores económicos o culturales, pues se repite en personas de distintos niveles de ingreso, profesiones y contextos sociales, lo que sugiere que hay componentes psicológicos o incluso biológicos detrás de este patrón universal. Así, la ciencia demuestra que la felicidad no desaparece, sino que cambia de forma según la etapa de la vida, adaptándose a nuevas prioridades, perspectivas y formas de disfrutar el día a día.