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Tiempo de Hablar I Franco Coronado, de héroe a villano

Hubo un tiempo en que el nombre de Franco Coronado representaba esperanza en Matehuala. Era, para muchos, el símbolo del orden después del caos, el hombre que se atrevió a ponerle freno a una administración marcada por la descomposición política y moral. En aquellos años convulsos, la corrupción, la violencia y la impunidad eran parte del paisaje cotidiano.

Franco llegó como alcalde interino luego de que Iván Estrada enfrentara un problema legal que lo llevó a la cárcel. Estrada dejó tras de sí un municipio herido, señalado por hechos atroces: el hallazgo de campos de concentración y exterminio de migrantes, redes de tráfico de huachicol, cobros de piso y una serie de delitos que se cometían con la complacencia del poder municipal.

La llegada de Franco fue vista como un respiro. Representaba la figura del servidor público joven, preparado y honesto. Su discurso inicial hablaba de reconciliación, transparencia y justicia. Era el hombre de la paz, el que ponía orden en el Ayuntamiento y devolvía la esperanza a una población cansada de abusos y promesas rotas.

Pero aquel espejismo pronto se disipó. Lo que se prometía como un politico limpio se transformó en una red de intereses y favores. Franco se prestó a negocios turbios con un conocido facturero, Jesús Castillo, padre de su mujer de confianza, Amalia Castillo, quien hoy funge como directora del Conalep. Los contratos comenzaron a tener nombre y apellido, y los principios quedaron archivados en algún cajón del Ayuntamiento.

A Franco le bastaron unos meses para construir una imagen de honestidad y otros tantos para desmoronarla. Los matehualenses confiaron en él por el legado de su padre, el profesor Lupe Coronado, un hombre recordado por su rectitud y vocación de servicio. Pero su hijo no honró esa herencia. Eligió el camino fácil, el del poder, la conveniencia y el dinero.

Hoy, convertido en delegado de la Secretaría de Desarrollo Social y Regional, y militante del Partido Verde Ecologista, Franco se ha rodeado de los mismos de siempre, los políticos sin principios que viven de la simulación. Nombres como Franco Luján, Jesús Valencia y otras figuras desgastadas por la ambición vuelven a aparecer a su alrededor, contaminando todo lo que tocan.

Mientras presume lealtad al Partido Verde, Franco mantiene una mano dentro del PAN. Desde esa doble trinchera opera acuerdos y alianzas con el alcalde Raúl Ortega y con Víctor Mendoza, el “sensei” del edil, un político veterano que, aunque sin cargo formal, sigue moviendo los hilos del poder municipal. Mendoza ya impulsa la candidatura de la esposa de Ortega para las próximas elecciones, en un nepotismo descarado.

Franco y Raúl no solo comparten estrategias políticas; también comparten negocios. El más rentable es el que gira en torno a la renta de maquinaria para operar el relleno sanitario municipal, equipo que, según los propios trabajadores, nunca ha llegado. Las labores continúan con los mismos fierros viejos de siempre, sin protocolos ambientales, sin mantenimiento y con contratos que nadie fiscaliza.

Aun así, Franco intenta convencer al secretario de Gobierno, J. Guadalupe Torres, de que mantiene el control político de la región. Pero la realidad es que ni siquiera tiene el control de sí mismo. Su figura, antes respetada, se ha ido desgastando. Aquella autoridad moral que alguna vez inspiró confianza se ha diluido entre los rumores de corrupción, los pactos con el poder y la pérdida de rumbo.

Mientras tanto, en el PAN se gesta una jugada maestra, o una traición, según desde dónde se observe. Entre Raúl Ortega y Víctor Mendoza buscan acaparar posiciones rumbo al 2027, fortaleciendo su influencia a costa de las bases partidistas. Mendoza, eterno operador y panista de cepa, conserva su poder dentro del partido gracias a su habilidad para moverse en la sombra y mantener alianzas con quien le convenga.

Y así, mientras la política local se convierte en un tablero de alianzas y traiciones, los ciudadanos vuelven a quedar en segundo plano. Franco Coronado, aquel joven que alguna vez fue símbolo de esperanza, se transformó en parte del mismo sistema que juró combatir. Su historia es una lección amarga para Matehuala: los héroes, cuando se olvidan de sus principios, también pueden convertirse en villanos.

Dicen que en política todo se paga. Y en Matehuala, los errores de Franco están acumulando una factura que tarde o temprano tendrá que saldar. Porque, aunque intenta vestir de verde, su sombra sigue siendo azul, y su conciencia, cada vez más gris.