El Altiplano Potosino vive, desde hace años, una crisis hídrica que, aunque a veces parece dar respiros por algunas lluvias, sigue siendo un problema profundo y estructural. Durante 2025, la región mostró una realidad compleja; por un lado, los reportes oficiales indican que San Luis Potosí ha tenido periodos sin municipios clasificados en sequía, por el otro, la gente en los ejidos, las comunidades rurales y los propios productores saben que la falta de agua es constante. Las lluvias han sido irregulares, los mantos freáticos continúan bajando y la infraestructura para retener y aprovechar el agua que sí cae todavía es insuficiente. Así, el Altiplano vive en una especie de equilibrio frágil donde cualquier temporada seca puede volver a poner todo cuesta arriba.
Buena parte del problema radica en que la región depende, sobre todo, del agua subterránea. Los acuíferos llevan años sobreexplotados y el agua de lluvia, en lugar de infiltrarse y recargarlos, se pierde rápidamente porque no existen suficientes obras de captación ni suelos preparados para retenerla. Investigadores de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP) llevan tiempo advirtiendo que, si no se construyen bordos, zanjas y pequeñas represas en las partes altas de las cuencas, difícilmente se revertirá el abatimiento de los pozos. Mientras tanto, muchos poblados siguen dependiendo de pipas o de pozos que ya no dan el mismo rendimiento. Esto eleva los costos, complica la vida cotidiana y genera tensiones entre quienes necesitan el agua para vivir y quienes la utilizan en mayor escala para la agricultura intensiva o la industria.
En el campo la situación también es visible. En los últimos años, productores de maíz, frijol y ganado han tenido dificultades para sembrar o mantener sus animales porque el pasto no crece y el forraje se encarece. Algunos han tenido que vender parte de su hato para sobrevivir o buscar ingresos en actividades distintas a las del campo. Y aunque hay programas gubernamentales de apoyo, la realidad es que estos no alcanzan para todos y, muchas veces, llegan tarde. A esto se suma algo que varias comunidades denuncian: la desigual distribución del agua. Mientras pequeños productores batallan para llenar una pila, las grandes unidades productivas o invernaderos cuentan con mejor infraestructura, más recursos y, por lo general, acceso asegurado a los pozos.
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De cara a 2026, el panorama puede ir en varias direcciones. Si el próximo año trae lluvias regulares, el panorama será menos crítico, pero aun así no se resolverá el problema de fondo. Lo más probable es que el Altiplano enfrente otra etapa de altibajos; algunos meses de calma y otros de escasez, con la constante preocupación de que un periodo seco prolongado obligue otra vez a depender de pipas, a reducir siembras o incluso a migrar temporalmente a otras zonas. También existe un escenario más duro en el que una temporada seca severa podría dejar a varios municipios en una situación complicada, con pozos sin capacidad suficiente y daños económicos importantes para las familias dedicadas al campo.
Para evitar que esto ocurra, se necesitan cambios claros y urgentes. Lo primero es aprovechar toda el agua de lluvia posible. Esto implica instalar sistemas de captación en edificios públicos, escuelas y centros de salud, y replicarlos poco a poco en hogares y negocios. También es necesario reparar pozos, bombas y líneas de conducción que hoy funcionan a medias o con fallas constantes. La prioridad debe ser garantizar agua para uso doméstico y para la vida diaria de las comunidades, antes que para actividades que consumen grandes volúmenes
Al mismo tiempo, el Altiplano requiere obras pequeñas pero numerosas para favorecer la infiltración: zanjas, bordos de contención, canales de desvío, presas filtrantes y superficies permeables que permitan que el agua se meta al suelo en lugar de correr y perderse. Esto ya se hace en otros países con clima similar y ha dado resultados. Sumado a ello, urge modernizar el riego agrícola, pues el riego por gravedad desperdicia mucha agua. Si se apoya a los pequeños productores para instalar riego por goteo, sensores de humedad y equipos de control, se puede ahorrar una cantidad enorme de agua sin afectar la producción.
El Altiplano Potosino ya es una región árida, pero no está destinada al colapso hídrico. Con voluntad política, inversión constante y participación social, puede avanzar hacia una gestión más justa y sostenible del agua. Si las autoridades actúan desde ahora y no sólo cuando la sequía ya está encima, el 2026 puede ser un año más estable y menos angustiante para miles de familias. La clave es dejar atrás las soluciones temporales y construir, por fin, una estrategia a largo plazo que permita que cada litro de agua cuente.





