El Atlético de San Luis anunció los nuevos precios de los bonos para la próxima temporada y, como era de esperarse, el tema explotó entre la afición. Los costos para abonados que quieran renovar o adquirir uno adicional van de 1,999 a 4,249 pesos, mientras que para nuevos abonados el rango sube a 2,449 a 5,199 pesos. El problema es que aquí no hay contexto deportivo que justifique absolutamente nada.
La directiva, encabezada por Iñigo Regueiro, parece empeñada en vivir en una realidad alterna donde la paciencia de la afición es infinita y los resultados no importan. Pero afuera, en la vida real, la gente está cansada. No molesta, no incómoda, cansada. Cansada de los mismos discursos, de proyectos que no despegan, de fichajes que no funcionan, de decisiones que se sienten improvisadas y, sobre todo, de un entrenador como Guillermo Abascal, que claramente no ha logrado conectar ni con el equipo ni con la tribuna.
Las redes sociales lo dejaron claro desde el primer minuto en que se anunciaron los precios:“Si corren a Abascal, lo compro”,“Lo compro si anuncian que Abascal se larga y mínimo un fichaje chingón”, “Primero demuestren que quieren competir.” El mensaje es directo: o se va Abascal, o no hay bonos. La afición ya no está dispuesta a seguir financiando un proyecto que no muestra señales de vida.
No nos engañemos, al Atlético de San Luis no le faltan razones deportivas para despedir a Guillermo Abascal, le falta voluntad para pagarle los seis meses de contrato que aún le quedan. La directiva ha preferido estirar la agonía antes que asumir ese costo, aun cuando el rendimiento del equipo y el hartazgo de la afición gritan que el ciclo ya terminó. No se trata de dudas deportivas ni de un supuesto “proyecto a largo plazo”; se trata de dinero. Clarito.
Pero ahora la pregunta es qué prefiere la directiva, ahorrarse esos meses de salario o perder dinero en bonos que la afición está decidida a no comprar mientras Abascal siga al frente. Es un escenario perder–perder. Si no lo corren, pierden ingresos; si lo corren, pagan la liquidación. En ambos casos, todo mal. Y eso solo demuestra que la falta de decisiones oportunas siempre termina saliendo más cara que la valentía de actuar a tiempo.
Y es que la molestia no surge de este torneo o del anterior; es histórica. La relación entre la directiva del Atlético de San Luis y su afición ha sido, por años, una mezcla de indiferencia y minimización. Mientras en otros clubes los paquetes para abonados incluyen jerseys, experiencias exclusivas y beneficios que de verdad generan sentido de pertenencia, aquí el famoso “plus” es… una sopa instantánea. Una anécdota que ya es parte del triste humor potosino, pero que también evidencia una realidad, pareciera que no entienden lo que significa cuidar a la gente que llena las gradas.
Porque un bono no es solo un asiento en el estadio. Es un acto de confianza, de apoyo, de compromiso. Y hoy esa confianza está desgastada. La afición quiere ver un compromiso serio desde la dirigencia, una autocrítica profunda, decisiones firmes y, sí, la salida de Abascal, cuyo ciclo parece más que terminado.
Pero la postura de la directiva sigue siendo hermética. Le piden paciencia a una afición que ha apoyado más de lo que el equipo ha ofrecido. Esperan lealtad incondicional cuando lo único que entregan a cambio es frustración y un proyecto sin identidad. Y ahora suman bonos más caros, como si el problema fuera únicamente económico y no deportivo ni emocional.
El clamor es claro y resonante, la gente quiere un Atlético competitivo, respetuoso y congruente. No un equipo que se conforme con sobrevivir. No una directiva que ignore el sentir de la tribuna. No un entrenador que no logra conectar ni con sus jugadores ni con el proyecto. Hoy, más que nunca, el Atlético de San Luis necesita más que vender bonos, necesita recomponer su relación con su gente. Necesita entender que la afición es el alma del club y que sin ella no hay estadio, no hay ambiente y, sobre todo, no hay identidad.
Y si la directiva no escucha ahora, lo escuchará después, cuando las gradas se queden vacías y los bonos sigan en las cajas, sin dueño. Porque la afición ya habló. Y cuando la afición habla, lo hace desde el amor, pero también desde el hartazgo. Y ese mensaje, guste o no, pesa más que cualquier campaña publicitaria. El balón está en la cancha de la directiva. Ahora les toca decidir si siguen ignorando a su gente o si, por fin, empiezan a hacer del Atlético de San Luis un equipo que valga la pena apoyar.




