“Zootopia 2” llega con la misión de ampliar un universo que ya se sentía redondo. La primera entrega había logrado mezclar humor, crítica social y un ritmo intenso dentro de una ciudad vibrante llena de especies y matices. La pregunta era si una secuela podría sostener ese equilibrio sin sentirse reciclada. La respuesta es matizada: sí, pero con reservas.
La historia coloca a Judy Hopps y Nick Wilde frente a un nuevo enigma que sacude los fundamentos de Zootopia, la aparición de un misterioso reptil cuya presencia no solo rompe la convivencia cotidiana, sino que despierta tensiones latentes entre sus habitantes. En un mundo donde todos los protagonistas son mamíferos, la llegada de un animal radicalmente distinto funciona como detonante narrativo y como metáfora de aquello que la sociedad teme porque no comprende. Disney regresa al tema que hizo grande a la primera película: el miedo al otro.
Siguiendo el rastro de este enigmático personaje, Judy y Nick se ven empujados a rincones nunca antes explorados de la ciudad. La secuela presume nuevas zonas con identidad propia, desde callejones húmedos habitados por criaturas nocturnas hasta barrios temáticos diseñados con una riqueza visual que demuestra por qué la animación de la franquicia sigue siendo una de las más cuidadas del estudio. La ampliación del mapa de Zootopia es mucho más que un truco estético: funciona como símbolo de una ciudad viva, en constante transformación y llena de espacios poco visibles que revelan nuevas dinámicas sociales.
Ahí radica uno de los mayores aciertos del filme, logra expandir su mundo sin perder su esencia. Los nuevos personajes,incluyendo al reptil protagonista, complejo y carismático, aportan frescura y permiten que la historia respire. En términos de ritmo, “Zootopia 2” conserva el dinamismo que la caracterizó, persecuciones vibrantes, humor animal refinado y una dirección ágil que hace que sus casi dos horas se sientan ligeras. La combinación entre entretenimiento familiar y reflexiones más profundas permanece intacta, un sello que pocas secuelas logran sostener.
Pero más allá de la aventura, la película vuelve a apostar por temas de fondo, diversidad, tolerancia, prejuicios y el desafío permanente de convivir con la diferencia. El reptil no solo es un personaje narrativo; es un recordatorio de cómo la sociedad crea etiquetas, segrega y juzga sin mirar de frente. En un mundo que presume armonía, la historia demuestra que esa armonía es frágil, especialmente cuando aparece algo que no se ajusta a las categorías preestablecidas.
Sin embargo, no todo es renovación. “Zootopia 2” también cae en el exceso de comodidad. Por momentos repite chistes que funcionaron la primera vez, retoma arcos narrativos que ya conocíamos y opta por giros previsibles. Se nota cierta timidez a la hora de experimentar: se siente que la película podría haber arriesgado más, profundizado más o llevado a los personajes a territorios realmente incómodos. Es como si la cinta estuviera consciente de que el público espera cierta fórmula, y decidiera no desviarse demasiado.
A pesar de esto, la secuela consigue mantener el corazón emocional de la franquicia. Judy y Nick siguen siendo una dupla sólida, entrañable y capaz de sostener el peso de temas serios sin perder ligereza. La película entretiene, conmueve y, aunque no revoluciona la animación, ofrece una experiencia visual impecable que reafirma el talento técnico del estudio.
“Zootopia 2” es, al final, una secuela funcional y disfrutable. Expande el universo, aporta nuevos matices y conserva sus mensajes sobre empatía e inclusión, incluso si se queda un paso atrás de la audacia que muchos esperaban. Es un recordatorio de que Zootopia es un mundo enorme, complejo y lleno de historias por explorar, y que quizás la verdadera evolución de la saga aún está por venir.
