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Tiempo de Hablar I Amarga Navidad para los paisanos

Esta Navidad llegará distinta, rota, sin el brillo que solía envolver las calles del Altiplano. Las familias que durante años han esperado con ansias la llegada de sus paisanos vivirán una temporada amarga, marcada por la ausencia y por un silencio que dolerá más que cualquier frío decembrino. Desde hace meses se les esperaba a partir del 12 de diciembre, fecha en la que miles regresan para visitar a la Virgen de Guadalupe, agradecer, cumplir promesas y reencontrarse con los suyos. Pero este año no vendrán. No porque no quieran, sino porque no pueden, porque México hoy representa para ellos un riesgo que no están dispuestos a correr.

El temor a ser víctimas del crimen organizado, los constantes reportes de ataques en carretera y la presencia de retenes que más que proteger buscan extorsionar, han empujado a miles a cancelar su viaje. Esa caminata larga hacia casa, cargada de nostalgia, regalos y esperanza, se está desmoronando frente a la realidad de un país donde viajar por carretera es una ruleta rusa. La incertidumbre pesa más que el deseo de abrazar a sus padres, a sus hijos, a los que dejaron atrás para construir un mejor futuro.

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Para otras familias, la tragedia es doble. Varios paisanos fueron expulsados de Estados Unidos, obligados a buscar oportunidades en Canadá ante un contexto migratorio cada vez más hostil. Ese recorrido, costoso y lleno de obstáculos, los ha alejado más de México que nunca. Ya no está en sus planes volver en diciembre, no por falta de amor, sino porque las condiciones laborales, legales y económicas los mantienen atrapados en una dinámica que no les permite ni un respiro. Otros simplemente perdieron su empleo de un día para otro, consecuencia de un mercado laboral inestable que golpea especialmente a quienes carecen de documentos o de protección.

La ausencia de paisanos no solo dejará huecos en las mesas familiares; también fracturará la economía regional. Matehuala y gran parte del Altiplano dependen históricamente de la derrama económica que los migrantes dejan en diciembre, hoteles llenos, restaurantes trabajando a tope, comercios que durante semanas reviven gracias a las compras navideñas. Ese flujo de dinero sostenía a la región hasta enero o incluso febrero. Este año, ese motor no encenderá. Los negocios que ya de por sí enfrentan meses difíciles ahora deberán sobrevivir sin su principal época de alivio.

A este panorama se suma un indicador alarmante, noviembre marcó el séptimo mes consecutivo de caída en las remesas, un fenómeno que no se veía desde hace años. Las remesas habían sido el salvavidas económico de millones de familias y, de paso, un sostén silencioso de la economía nacional. Su caída no solo afecta a los hogares que dependen directamente de ellas, sino que también enciende focos rojos en un país que lleva tiempo sin encontrar una fuente sólida de crecimiento.

México enfrenta un duro golpe financiero. El petróleo, que décadas atrás era símbolo de riqueza y estabilidad, hoy apenas alcanza para pagar deudas. La economía se sostiene con alfileres, mientras las oportunidades se reducen y la inseguridad ahuyenta tanto a turistas como a connacionales.

Así llega esta Navidad, sin paisanos, sin remesas en ascenso, sin derrama económica y sin un horizonte claro. Llega envuelta en nostalgia y preocupación, recordándonos que detrás de cada casa sin visitas hay una historia de esfuerzo roto por la violencia y la incertidumbre.

Una Navidad amarga, sí. Pero también una llamada urgente a reconocer y atender la realidad, México no puede darse el lujo de perder a sus paisanos, ni la seguridad, ni la economía que ellos alimentan. Porque sin ellos, diciembre se vuelve más frío, y el futuro, más incierto.