En plena temporada navideña, cuando los hogares se llenan de luces, reuniones familiares y mesas compartidas, cientos de personas migrantes viven estas fechas lejos de casa, con el recuerdo de los suyos como única compañía. En la Casa del Migrante, la Navidad adquiere un significado distinto: no es fiesta, pero sí refugio; no es celebración, pero sí humanidad.

La misión de este espacio es clara: apoyar a toda persona sin importar raza, género, nacionalidad o credo. Aquí se ofrece lo esencial, tres comidas al día, una cama caliente, baño, ropa, pero también algo más difícil de conseguir en el camino migrante: compañía y dignidad. “No solo ellos se unen entre sí, también nosotros como colaboradores formamos una familia”, comparten desde la casa.

Aunque años atrás el flujo migrante era mucho mayor, hoy el tema sigue siendo un tabú en México. En el último año, el albergue ha recibido alrededor de mil 700 personas, muy lejos de las cifras de hasta 20 mil migrantes anuales de otros tiempos. Aun así, cada historia pesa y cada Navidad se siente.

Rubén Aguilar, migrante venezolano, recuerda que en su país diciembre era sinónimo de fiesta: música, familia reunida y celebración que duraba semanas. Hoy, lejos de casa, la Navidad se vive con nostalgia. “No siento emoción, son días normales. La Navidad era cuando estaba con mi familia”, confiesa. Otros migrantes, provenientes de Colombia y El Salvador, coinciden en que estas fechas reabren heridas: hijos que no ven desde hace años, madres a las que solo pueden llamar por teléfono, recuerdos que duelen más en diciembre.
Muchos salieron de sus países huyendo de la violencia, las pandillas o la inseguridad. Otros, por razones económicas. Todos coinciden en algo: migrar no es un delito, es una opción forzada. “Somos personas que sienten, que sueñan. La mayoría venimos a trabajar y buscar un mejor futuro”, señalan.

La historia de la Sagrada Familia, que también emigró buscando protección, resuena con fuerza en este contexto. Migrar no es un delito; es una consecuencia de realidades que empujan a dejarlo todo atrás.
Agradecemos las facilidades prestadas por la Casa del Migrante, Cáritas y el padre Marco Luna para la elaboración de este reportaje






