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[VIDEO] Tiempo de Cine: Fue solo un accidente

Por Hares Barragán

“Fue sólo un accidente” de Jafar Panahi, es una película que incomoda desde su planteamiento. La historia sigue a Vahid, un mecánico iraní que cree reconocer en un hombre llamado Eghbal a quien fue su torturador durante su encarcelamiento político. Convencido de estar frente a su verdugo, decide secuestrarlo para vengarse. Sin embargo, la duda se instala pronto: ¿y si no es él? A partir de ahí, Vahid busca a otras víctimas para confirmar la identidad de Eghbal, detonando una reflexión profunda sobre la memoria, el trauma, la justicia y la moral en un contexto opresivo como el iraní.

La película parte de una premisa sencilla que rápidamente se transforma en un drama intenso, donde el azar funciona como detonante de una cadena de decisiones morales y emocionales. Panahi demuestra que no necesita grandes artificios para generar tensión, le basta con el conflicto humano. Esa apuesta por lo íntimo, por lo contenido, es uno de los mayores aciertos del filme, aunque también se convierte en una de sus principales debilidades.

La mayor fortaleza está en su tratamiento psicológico de los personajes. Las actuaciones sostienen la historia, sobre todo en los momentos de tensión contenida, donde los silencios pesan más que cualquier diálogo. La fotografía acompaña de forma eficaz este tono sobrio y asfixiante, reforzando la sensación constante de culpa, fragilidad y de consecuencias inevitables que se ciernen sobre los protagonistas.

No obstante, el guion, aun siendo interesante, cae por momentos en reiteraciones y subtramas que no siempre aportan al conflicto central. El segundo acto se resiente, el ritmo se vuelve irregular y algunas decisiones narrativas parecen forzadas para intensificar el drama, restándole naturalidad a una historia que funcionaba mejor cuando confiaba en la ambigüedad y la tensión interna.

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La dirección opta por una mirada realista y austera, evitando deliberadamente el melodrama. Sin embargo, esta misma contención provoca que ciertas escenas clave no alcancen el impacto emocional que prometen. Por momentos, la película se siente más reflexiva que contundente, más interesada en plantear preguntas que en confrontar al espectador con ellas.

La escena final es, sin exagerar, escalofriante. Por sí sola justifica el recorrido del filme, deja al espectador tenso en la butaca, atrapado en una sensación de incomodidad que no se disipa con facilidad. Es ahí donde Panahi muestra su mayor contundencia, sin necesidad de subrayados ni discursos.

Aun así, hay momentos en los que la película parece no saber exactamente hacia dónde quiere ir. Oscila entre el drama y ciertos tonos de comedia incómoda que descolocan y, en ocasiones, desesperan por el actuar errático de los protagonistas. Esa indecisión tonal termina afectando la experiencia.

“Un simple accidente” es una película correcta, con buenas intenciones y un trasfondo poderoso. Invita a reflexionar sobre la culpa, el destino y las consecuencias de un acto aparentemente insignificante. No es una obra redonda ni particularmente memorable, pero sí una propuesta digna, especialmente para quienes disfrutan del drama introspectivo y del cine que incomoda más por lo que sugiere que por lo que muestra.