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El cerebro a través del tiempo: ¿Cómo cambia nuestra mente con los años?

Por Estefanía López Paulín

El cerebro humano es un órgano en constante transformación. Desde el nacimiento hasta la vejez, este complejo entramado de neuronas no deja de adaptarse, reorganizarse y responder a las experiencias que moldean nuestra vida. A diferencia de lo que se creía hace décadas, hoy sabemos que el cerebro adulto no es un sistema rígido, sino una estructura plástica, capaz de modificarse a lo largo del tiempo. Sin embargo, esa plasticidad también evoluciona, y con ella, cambian nuestras habilidades cognitivas, emocionales y conductuales.

En la infancia y la adolescencia, el cerebro se encuentra en su máximo esplendor en cuanto a flexibilidad. La llamada neuroplasticidad permite que los niños aprendan con rapidez, adquieran lenguas, habilidades motoras y sociales con una facilidad sorprendente. El cerebro joven forma nuevas conexiones sinápticas de manera explosiva, pero también elimina las que no se utilizan, un proceso conocido como poda sináptica, que optimiza el funcionamiento neuronal. Este ajuste es la base del aprendizaje eficiente, pero también de la vulnerabilidad emocional propia de la adolescencia, etapa en la que el sistema límbico (centro de las emociones) madura antes que la corteza prefrontal, encargada del control racional.

Durante la adultez, el cerebro alcanza un equilibrio entre plasticidad y estabilidad. La corteza prefrontal se consolida, mejorando la toma de decisiones y la planificación. Las capacidades cognitivas como la atención, la memoria de trabajo y la velocidad de procesamiento alcanzan su punto máximo entre los 25 y los 35 años. Sin embargo, a partir de los 40, comienzan a observarse sutiles declives. No significa que “el cerebro envejezca” de golpe, sino que ciertos procesos (como la regeneración neuronal y la comunicación entre redes cerebrales) se vuelven menos eficientes. La memoria episódica, por ejemplo, puede volverse más frágil, y los lapsos de atención más frecuentes.

Pero no todo es pérdida. Diversos estudios muestran que con la edad también crece la inteligencia cristalizada, es decir, la sabiduría acumulada por la experiencia. Las personas mayores tienden a mostrar mejor regulación emocional y mayor capacidad para relativizar los problemas, producto de una madurez afectiva que equilibra la disminución de rapidez cognitiva. Según investigaciones del neurocientífico Daniel Levitin, el cerebro envejecido no es un cerebro “defectuoso”, sino uno que prioriza la eficiencia y la relevancia sobre la velocidad.

Factores como la alimentación, el ejercicio, la estimulación mental y las relaciones sociales influyen significativamente en este proceso. La evidencia señala que el ejercicio físico regular estimula la producción de nuevas neuronas en el hipocampo, región clave para la memoria, mientras que aprender algo nuevo (un idioma, un instrumento, una habilidad manual) mantiene activas las redes neuronales. En este sentido, el envejecimiento cerebral no debe verse como un deterioro inevitable, sino como una transformación que, con los cuidados adecuados, puede conservar la vitalidad mental hasta edades avanzadas.

El cerebro cambia, sí, pero sigue siendo un órgano extraordinariamente adaptable. Entender su evolución no solo nos ayuda a envejecer mejor, sino a reconciliarnos con la idea de que cada etapa de la vida tiene su propio tipo de inteligencia.

Estefanía López Paulín
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