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Dormir bien: el pilar olvidado del bienestar

Por Estefanía López Paulín

Vivimos en una sociedad que glorifica la productividad y el “hacer más en menos tiempo”. En este contexto, dormir bien se ha vuelto casi un lujo. Sin embargo, desde la ciencia y la psicología, el descanso no es una opción, sino una necesidad biológica fundamental para la salud física, emocional y mental.

¿Por qué es tan importante el sueño?
El sueño es mucho más que una pausa. Mientras dormimos, nuestro cuerpo y cerebro realizan funciones esenciales: se consolidan los aprendizajes del día, se regulan las emociones, se refuerza el sistema inmunológico y se eliminan desechos metabólicos del cerebro. Según investigaciones en neurociencia, dormir fortalece la memoria, mejora la toma de decisiones y permite una mayor creatividad. A nivel físico, el sueño favorece la regeneración celular, la regulación hormonal y el equilibrio metabólico. De hecho, una buena calidad de sueño está relacionada con un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y obesidad.

¿Qué pasa cuando no dormimos lo suficiente?
La privación de sueño (tanto crónica como ocasional) tiene efectos profundos. A corto plazo, impacta la concentración, el estado de ánimo y la capacidad de responder al estrés. Se ha observado que dormir menos de seis horas por noche, de forma sostenida, aumenta la irritabilidad y el riesgo de ansiedad, depresión y accidentes, incluso comparables al efecto del alcohol en la coordinación. A largo plazo, dormir mal está asociado con deterioro cognitivo, debilitamiento del sistema inmune y mayor vulnerabilidad emocional. En adolescentes y adultos jóvenes, además, interfiere con el desarrollo cerebral y la regulación emocional.

¿Cuántas horas de sueño necesitamos?
No existe un número mágico universal, pero las recomendaciones científicas generales indican:
• Adultos: entre 7 y 9 horas por noche.
• Adolescentes: entre 8 y 10 horas.
• Niños: entre 9 y 12 horas, dependiendo de la edad.

Más importante que el número exacto es la calidad del sueño: que sea profundo, continuo y reparador. Si una persona duerme ocho horas, pero se despierta constantemente o se levanta cansada, es probable que no esté descansando bien.

Hábitos que ayudan en la higiene del sueño
Para mejorar la calidad del descanso, se recomienda adoptar prácticas de higiene del sueño, como:
• Rutina estable: acostarse y levantarse a la misma hora, incluso los fines de semana.
• Evitar pantallas antes de dormir: la luz azul de celulares y computadoras interfiere con la producción de melatonina, la hormona del sueño.
• Ambiente adecuado: dormir en un espacio oscuro, silencioso y fresco mejora la calidad del sueño.
• Limitar cafeína y alcohol: especialmente en las horas previas al descanso.
• Actividad física regular: ayuda a dormir mejor, siempre que no se realice justo antes de acostarse.
• Técnicas de relajación: respiración consciente, lectura tranquila o meditación antes de dormir pueden facilitar la conciliación del sueño.

Dormir bien no es una pérdida de tiempo: es una inversión en salud. Incorporar hábitos que favorezcan el descanso no solo mejora nuestro rendimiento, sino también nuestra capacidad de disfrutar la vida. Porque, al final, una mente descansada es una mente más clara, más fuerte y más feliz.