Se acabó el torneo para el Atlético de San Luis, y lo hizo de la manera más predecible posible, con una derrota 3-1 ante Tigres que evidenció, una vez más, todas las carencias del equipo. Con este marcador, Guillermo Abascal se despide como uno de los peores entrenadores que han dirigido a la escuadra potosina en los últimos años. Nunca encontró la forma de darle identidad al plantel, jamás supo competir contra rivales que sí tienen trabajo táctico, y cuando el equipo necesitaba reaccionar, la banca solo ofrecía improvisación y frustración. Su paso será recordado más por la molestia acumulada en la afición, que por algún aporte real.
Durante todo el semestre, Abascal fue incapaz de armar un sistema reconocible. Algunos chispazos existieron, pero nacieron del talento aislado de jugadores que, con ganas y orgullo, intentaron salvar los partidos. No hubo patrones, asociaciones ni una idea dominante. Peor aún, nunca transmitió unión ni respaldo dentro del vestidor. A mitad del torneo ya se encontraba peleado con piezas importantes como Rodrigo Dourado, a quien no solo sentó sin razón clara, sino que también señaló públicamente tras varias derrotas, rompiendo una regla básica del manejo de grupo. Si un técnico pierde al vestidor, pierde el torneo.
El cierre fue un reflejo perfecto de su gestión: Necaxa, Juárez y Tigres remontaron con facilidad partidos que Atlético ganaba. Esa incapacidad de sostener un resultado habla de un equipo sin control emocional, sin estructura defensiva y sin dirección desde la banca. Los rivales solo necesitaban aumentar un poco la intensidad para darle vuelta al marcador. Para colmo, las modificaciones tácticas de Abascal nunca aportaron soluciones. Parecía observar desde afuera, pasivo, casi resignado, mientras el encuentro se desmoronaba frente a todos.
Es inevitable que surjan excusas. Que si el plantel era limitado, que si no hubo presupuesto, que si el calendario fue exigente. Pero la ineptitud del entrenador se sumó a una planeación poco seria, fichajes de bajo costo, decisiones apresuradas, salidas a última hora. Un proyecto deportivo que aspira a competir en Primera División no puede armarse con parches y esperanzas. Lo más rescatable del torneo fue la grandeza individual de Joao Pedro, quien con mérito propio se coronó campeón de goleo junto a La Hormiga y Paulinho. Tres futbolistas capaces de marcar diferencias en un semestre; lástima que el entrenador no supo construir algo alrededor de él.
Ahora San Luis tiene apenas dos meses para rearmar el equipo, en un torneo que será corto debido al calendario previo al Mundial. La limpia debe ser profunda: Klimowicz, Galdames, Philippe, García, Tepa, Juanpe, Marchand, Javier Suárez y varios más, incluyendo al propio Abascal, deberían salir para liberar espacio, presupuesto e ideas. Ese es el primer paso. Mantenerlos solo prolongaría el problema. Las necesidades son claras, defensa confiable, mediocampo creativo y un entrenador que sepa gestionar egos, presiones y momentos clave. Sin eso, el equipo está condenado al fondo de la tabla.
Ahora todas las miradas apuntan a Iñigo Regueiro. El historial nos obliga a ser cautelosos, cuando la lógica dice que deben quedarse las figuras, suele ocurrir lo contrario. Cuando es evidente quién debe marcharse, inexplicablemente permanece. Esa ha sido la constante en la dirección deportiva. Ojalá esta vez alguien rompa el ciclo. La afición potosina ya se cansó de la mediocridad disfrazada de “proyecto”. Si San Luis quiere dejar de ser un participante más, debe empezar a comportarse como un club que compite, no como uno que improvisa. El tiempo se agota, y el margen de error, también.






