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Columna I Masterclass de soberbia e ineptitud

Por Hares Barragán

Compañeros de medios de comunicación invitaron al entrenador del Atlético de San Luis, Guillermo Abascal, a una entrevista que, en teoría, sería una oportunidad para comprender su proyecto, su visión y su lectura del juego. Pero lo que terminó ocurriendo fue una auténtica masterclass de ineptitud, contradicciones y una soberbia desbordada. El español abrió con una frase que ya anuncia el desastre: “Estoy en un club que venía de una idea de juego completamente distinta a la que queremos plasmar”. Ah, qué maravilla. Qué fácil es culpar al pasado. Qué conveniente señalar que todo lo malo que ocurre hoy es culpa de lo que había antes. Lo curioso es que, cuando Iñigo Regueiro lo presentó ante los medios, juraba y perjuraba que Abascal era el entrenador ideal porque se adaptaba al sistema de juego que habían dejado los técnicos anteriores. Que coincidía, que respetaba el modelo deportivo, que era la continuidad perfecta. Entonces, ¿cómo está la cosa? ¿Quién nos mintió? ¿Regueiro o Abascal? ¿O los dos? Porque aquí parece que está el sapo para la pedrada: uno peor que el otro.

Hay que reconocer algo, Abascal no miente cuando dice que el proyecto anterior tenía una idea de juego muy distinta. Claro que sí. Torrent dió seis meses de gloria, un equipo invicto en casa, un estilo reconocible, orden y una identidad que la afición disfrutó. En cambio, Abascal llegó a ofrecer… lástima. Un futbol gris, sin conexión, sin ritmo y sin sentido. ¿Sistema distinto? Sí. ¿Sistema mejor? No. ¿Sistema funcional? Mucho menos. Y para colmo, los resultados no han hecho más que confirmar que lo que se cambió no era para mejorar, sino para experimentar sin rumbo.

Luego llegó la declaración que terminó por exhibirlo por completo: “En los jugadores ha habido un poco de miedo a ganar”. Esa frase, más que análisis, es un insulto para el vestidor. No hay miedo a ganar; hay cansancio. Hay frustración. Hay un equipo que ya no conecta con su entrenador. Y se nota. Un plantel puede soportar malos resultados, malos planteamientos e incluso decisiones cuestionables, pero lo que no tolera es tener al frente a un técnico que no asume responsabilidades y que, además, sale a exhibirlos públicamente. No es miedo, es falta de argumentos. Es imposible ganar cuando la pizarra está vacía, cuando la estrategia se improvisa y cuando la dirección técnica parece más un acto de fe que un trabajo profesional.

Y para completar su show, Abascal defendió a Galdames y Philippe asegurando que “si Philippe hubiera metido las que tuvo, la historia sería distinta”. Ah, claro. También la historia sería distinta si él hubiera tomado cursos reales de dirección técnica y no un manual barato de “cómo ser entrenador en tres sencillos pasos”. También sería distinta si sus decisiones tácticas no fueran tan lamentables, si no repitiera alineaciones sin sentido, si no insistiera en sus consentidos aunque no rindan.

Pero lo más contradictorio ocurrió cuando habló de Dourado. “No juega porque es lento, yo quiero un juego rápido”, afirmó. Un discurso que se derrumba en cuanto, minutos después, declara que él quiere fichajes de experiencia, “no de 20 años”. Entonces, ¿qué tipo de velocidad busca? ¿La velocidad de un extremo de 30 años que ya no te corre ni 70 minutos? Incoherencia pura. Es un técnico que se contradice cada cinco oraciones, un estratega que no tiene claridad ni siquiera en sus discursos, mucho menos en sus planteamientos.

Abascal se comporta exactamente como esos políticos que culpan a administraciones pasadas de todos los males actuales. Él no falla, él no se equivoca; siempre hay un culpable externo. O el sistema, o los jugadores, o el pasado, o las circunstancias. Su responsabilidad, al parecer, es un concepto que no reconoce. Pero en el futbol, como en la vida, llega un punto donde la excusa se desgasta, y este entrenador ya agotó todas.

La afición, que es la que llena el estadio, compra los bonos y sostiene al club, está harta. Ya no soporta a un técnico tan incompetente y, además, tan prepotente, que se atreve incluso a encararse con la gente. Pero también es momento de decirlo con todas sus letras: Abascal no es el culpable principal. En su último club, en la segunda división de España, repito, segunda división, solo duró seis partidos. Allá no le aguantaron la ineptitud. Allá sí lo corrieron rápido. Él no es tonto, él sabe que esta es su oportunidad de oro, ganar dinero, sumar pesos, estirar su estadía lo más posible, porque es casi imposible que otro equipo le pague lo que aquí cobra.

El verdadero responsable es Iñigo Regueiro, que ha decidido solapar tanta tontería. Que se niega a despedirlo para no pagar la cláusula. Que prefiere sostener un fracaso antes que asumir el costo de corregirlo. Y las consecuencias ya están aquí, la afición está castigando con bajar las compras de bonos. La gente ya no confía. El estadio va a lucir vacío. Y si nada cambia, no será sorpresa que los próximos seis meses sean igual o incluso más grises que los anteriores.

Porque el futbol puede perdonar errores, pero no puede perdonar la soberbia y la falta de autocrítica. Y eso, lamentablemente, es lo único que Abascal está ofreciendo.