Como olvidar aquella mítica frase de Ángel Reyna cuando en plena crisis del América soltó: “tenemos un capitán de agua y una defensa de plástico”. Una frase que pasó a la historia por su crudeza, pero que hoy, lamentablemente, describe con precisión lo que vive el Atlético de San Luis: un equipo sin carácter, sin alma, sin rumbo, que se hunde en la mediocridad mientras su directiva aplaude desde la tribuna.
Después de un torneo para el olvido, en el que el equipo no mostró ni una pizca de futbol, el técnico Guillermo Abascal terminó con 16 puntos, apenas salvándose del fondo de la tabla y dejando a San Luis como el cuarto peor equipo del campeonato. Sin embargo, la sorpresa, o la burla, según se vea, es que el club, encabezado por el director deportivo Iñigo Regueiro, pretende mantenerlo en el cargo. Sí, el mismo técnico que nunca logró conectar con el plantel, ni mucho menos con la afición.
La decisión de conservarlo, según se comenta en los pasillos de La Presa, tiene un solo motivo: evitar pagarle los seis meses de contrato que todavía le restan. Si es así, queda claro que en San Luis la economía pesa más que el proyecto deportivo. Porque argumentos futbolísticos no existen. El vestidor está roto, el plantel no lo respalda, y el estilo de juego brilla por su ausencia.
Pero no es la primera vez que la directiva toma decisiones incomprensibles. Recordemos que hace apenas un año, Gustavo Leal fue despedido después de lograr exactamente los mismos 16 puntos que hoy suma Abascal, con la diferencia de que Leal llevó al equipo a una histórica semifinal. Aquella hazaña se borró pronto de la memoria del club, que hoy parece conformarse con sobrevivir, sin ambición, sin identidad.
El mal manejo no solo se ve en la cancha. Se habla de que llegarán cinco refuerzos, aunque ya todos sabemos lo que eso significa: jugadores reciclados de la Liga de Expansión, sin trayectoria ni peso para cambiarle la cara al equipo. Y mientras tanto, los rumores de salida apuntan a piezas importantes como Dourado, Sanabria o Joao Pedro. Si alguno de ellos se va, el golpe será duro, pero previsible. Lo verdaderamente trágico será ver cómo, una vez más, renuevan a jugadores sin nivel como Galdames, Phillipe o Klimowicz.
En medio de este caos, hay algo que todavía brilla: la afición. Esa que, contra todo pronóstico, sigue llenando las gradas del Alfonso Lastras con más de 12 mil personas por partido. Una hinchada fiel que paga boletos caros para ver un espectáculo pobre, un equipo sin garra y un entrenador que ni siquiera parece entender la liga en la que compite.
San Luis tiene una directiva de agua y un entrenador de plástico, pero una afición de acero. Gente que no se rinde, que sigue creyendo que algún día el equipo que representa a su ciudad volverá a pelear por algo más que no ser el hazmerreír del torneo.
Les quedan menos de dos meses para armar un nuevo plantel. Dos meses para corregir el rumbo, o al menos, para no repetir el mismo desastre. Bajo el mando de Abascal, la esperanza es mínima. Lo único que se puede pedir es que, por dignidad, el equipo dé un poco menos de pena. Porque aspirar a competir, con esta dirección y con este técnico, ya es soñar demasiado.






