En algunas columnas anteriores ya hemos hablado de la empatía, la cual es la capacidad de ponernos en el lugar del otro y de sentir sus emociones o preocupaciones, ésta nos ayuda a comprender la alegría o el dolor de los demás y nos empuja a buscar la mejor forma de ayudar cuando comprendemos que alguien está sufriendo.
La empatía, en sí misma, no es mala; al contrario, es una cualidad deseable e imprescindible en una sociedad sana, se podría decir que es el pegamento social que nos ha ayudado a mantenernos juntos, desde la prehistoria, y a apoyarnos en épocas de escasez para poder sobrevivir como grupo. Pero existe una forma de empatía tóxica que puede resultar destructiva para quien la siente.
El problema aparece cuando la empatía natural y espontánea de los niños es manipulada y llevada al extremo por los adultos, de alguna manera esto les fuerza a olvidarse de sí mismos para ser complacientes con los demás.
Por ejemplo, frases como: “anda, dale tu muñeco a tu amigo, no le hagas sufrir” potencian el sentimiento de servicio a los demás y el hecho de anteponer las necesidades de los otros a las suyas propias.
Este aprendizaje insano de la empatía se arrastra hasta la vida adulta y, entonces, en vez de ser una cualidad positiva de conexión con los demás y de ayuda al prójimo, se convierte en un motivo de sufrimiento constante.
¿Pero esto como afecta al adulto con empatía insana? Uno de los efectos perjudiciales de la empatía exagerada es que bloquea tus acciones y no te permite hacer nada. Al pensar y sentir de forma exagerada las emociones y los problemas de los demás, el mundo se vuelve gigantesco y abrumador, y cualquier cosa que podamos hacer parece insignificante frente a todo el sufrimiento que existe alrededor.
Por otro lado, siempre hay depredadores que detectan y se aprovechan de las personas con excesiva empatía para usarlas en su beneficio.
¿Y cómo podríamos diferenciar cuando estamos sintiendo empatía tóxica? Estos son algunos indicadores:
- Sentir y sufrir por todos los males del mundo como si fueran propios. Cada noticia, cada drama, cercano o lejano, es vivido como si fuera propio y consume toda tu energía.
- No tienes tiempo para ti. Toda tu atención se centra en ocuparte de cuidar de los demás y te sientes culpable si haces algo por ti.
- Te sientes desilusionada por los demás. Das mucho, pero a la hora de ser tú la que necesitas ayuda, los demás te decepcionan: se muestran egoístas y no se vuelcan en ayudarte como tú lo haces.
Es importante reconocer las propias capacidades, pero también nuestras limitaciones para saber dónde podemos ayudar y dónde no. Sufrir por aquellas cosas que no podemos solucionar puede llevarnos al bloqueo existencial o a la depresión, mientras que ocuparnos de lo que sí podemos nos da estabilidad y confianza.