El 42 % de quienes pertenecen a la Generación Z padece alguna enfermedad mental. Menos de la mitad de ellos afirma que su salud mental está bien y un asombroso 40 % afirma haber acudido a un terapeuta para recibir tratamiento. Para hacer frente a estos problemas se están haciendo inversiones masivas para promover tratamientos de psicoterapia. En su nuevo libro, Abigail Shrier, desmonta las opiniones más comunes hoy en día sobre salud mental. Shrier sostiene que su constante expansión es precisamente la responsable de que los jóvenes se sientan cada vez peor.
La autora sostiene que el malestar psicológico que aflige a la Generación Z es iatrogénico. La iatrogenia consiste en el “fenómeno por el que se causa o provoca daño no deseado a un paciente en el curso de un tratamiento”. De ahí el título del libro, Bad Therapy. Sin embargo, tras su lectura, se hace evidente que tales daños no se limitan a intervenciones individuales, sino que se extiende a la influencia que tiene una cultura terapéutica más amplia que incita involuntariamente a la gente a sentirse enferma
En otras palabras, lo que está en juego no es simplemente la aplicación de una mala terapia, sino la influencia de una cosmovisión que redefine los problemas normales de la infancia como si se trataran de una crisis de salud mental. La institucionalización de la cultura terapéutica anima a los jóvenes a verse a sí mismos como pacientes potenciales.
El problema no es son los trastornos ni las terapias como tales, sino la influencia corrosiva del guion cultural de orientación terapéutica que promueve en los jóvenes un sentido de vulnerabilidad.
Al menos cuatro generaciones de jóvenes han sido socializadas para que asuman una visión terapéutica del mundo. No es sorprendente que hayan interiorizado elementos de esta narrativa. Por eso describen sus sentimientos en términos de estrés, trauma y depresión, e interpretan, tal y como se podía prever, los problemas normales de la vida cotidiana a través del lenguaje de la psicología.
Esta narrativa centrada en la salud mental promueve que los jóvenes en busca de su identidad se sientan enfermos. Ya en la década de 1940, el sociólogo Robert Merton caracterizó este tipo de desarrollo como una “profecía autocumplida”. Diles a los niños que sufrirán estrés, traumas y depresión cuando se enfrenten a experiencias que supongan un reto, como por ejemplo los exámenes, y muchos empezarán a responder a esas experiencias precisamente en esos términos.
El profesor de literatura Stewart Justman lo describe como el «efecto nocebo». A diferencia del efecto placebo, que se basa en un tratamiento simulado para mejorar el estado del paciente, el efecto nocebo de Justman se refiere a la consecuencia negativa para la salud de la dependencia hacia supuestos problemas de salud mental.
La creencia de que los niños quedan definidos por su vulnerabilidad ha fomentado, a su vez, una tendencia implacable a inflar las amenazas a las que se enfrentan, y lo que he denominado como la «enfermedad de la infancia» ha adquirido su propia lógica interna.