La primera región que el viajero visita es el itzcuintlan donde descubrirá que más valiera haber sido amigo de un perro en vida de haberle cuidado bien, amarlo y haberse ganado su confianza y cariño.
Pues aquel que no entendió el propósito del perro quedará varado durante el viaje ni bien haya comenzado su búsqueda del descanso pues en aquella región se encuentra el gran río chiconohupan.
Al llegar lo primero que nota el viajero es la multitud de perros que esperan a sus antiguos dueños en la orilla opuesta del rio, todos listos a reconocer a su cuidador en vida.
Al momento en que reconocen a aquel que les brindó refugio y amor mueven la cola de gusto y saltan en las rápidas aguas con el fin de estar nuevamente alado de su amo, pues es bien sabido que sólo a través de ellos es que los viajeros pueden cruzar las fuertes corrientes del rio.

Una vez que alcanzan la orilla donde está su amo esperando, los llevan de regreso a cuestas cruzando el río.
Aquellos que en vida causaron daño y sufrimiento a perro alguno se quedan varados en las orillas del río sin jamás siquiera iniciar su viaje, en donde sus voces se tornan en viento y sus cuerpos deambulan por siempre.