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Atando Cabos

LA MUJER Y EL ESPACIO POÉTICO, UNA TRANSFORMACIÓN DEL  MUNDO COTIDIANO

…Mis ojos?
Ah! Trozos de infinito…
Alejandra Pizarnik.

Por: Mtra. Renatta del Carmen Torres Nava

Con motivo de la conmemoración del Día de la Mujer, el pasado 8 de marzo del presente año, y de la celebración del Día Internacional de la Poesía el 21 de marzo, me di a la tarea de reflexionar un poco, sobre la gran importancia de la relación de la mujer y el arte,  así como también en relación al  impacto de la figura femenina en la conformación de realidades sociales, de realidades familiares y por tanto en la formación de vidas y destinos.

Rondaban en mi mente varias preguntas: ¿Qué lugar tiene la mujer actual en sus contextos cotidianos, para vivir en libertad creativa?, ¿Qué relación hay entre la mujer y el espacio poético? ¿Qué es un espacio poético, cómo podría definirse?, ¿Por qué no crear nuevos procesos de utopía, transformar lo cotidiano en un espacio poético?, y muchas preguntas más, entre ellas, ¿Cómo vivo yo mi condición como mujer, como mediadora cultural mi vida cotidiana y cómo podría generar  espacios poéticos?, ¿Y para qué?, ¿qué importancia cobraría tal acción?, etc..

Dentro de mis divagaciones, pensando en la poesía, la metáfora, las imágenes poéticas,  la posibilidad creadora, etc, me detuve a pensar en los efectos de la experiencia estética en la vida cotidiana, en la relación que puede llegar a construirse con el arte, a través del papel de la mediación cultural, y cómo en todo ello, el papel de la mujer era fundamental para crear, ésta nueva forma de relacionarse con los otros.

Si partimos de la idea del filósofo Martín Heidegger, en relación a que la poesía es la experiencia de la verdad del Ser, encontramos una razón para integrar la poética y el planeta metafórico a nuestro mundo cotidiano.

El estar en el mundo, el ser en el mundo, es vivir un mundo compartido. El término “Dasein” utilizado por Heidegger, se refiere a nosotros y nuestras formas de ser en el mundo, lo cual implica preocuparnos por las cosas que nos rodean, pero sobre todo de nuestras relaciones personales.

 Tomar conciencia de nuestro estar, de nuestro Ser en el mundo, puede pausarnos un segundo, para ver con lupa, a detalle, la manera como vamos construyendo nuestra vida, nuestro destino y cómo influimos en el otro, cómo matizamos el día a día su mundo, su capacidad reflexiva, introspectiva, su derecho a soñar, ensoñar, a disfrutar la vida, desde lo más sublime con lo que cuenta el ser humano: el arte.

Tal parece que la vida cotidiana nos atrapa, nos enfrasca en las preocupaciones banales, en la resolución de las cosas y no en la creación de la vida, en el amor a la vida. La mayor parte del tiempo hay una tendencia generalizada a resolver asuntos mediáticos y a dejar de lado la introspección.

Las muestras de amor, de cariño, de alegría, desde la casa, la familia, son cada vez más lejanas, hemos caído en un mundo que nos atrapó de alguna forma, donde trabajar, tener la comida lista, buscar las buenas notas escolares en nuestros hijos y acabar el día  lo antes posible, porque hay cosas que resolver mañana, no nos deja tiempo ni de jugar, ni de abrazar, ni de soñar juntos.

¿Por qué no soñamos juntos? Bien menciona Gastón Bachelard, filósofo francés (1884-1962) en su libro el Derecho de Soñar, la importancia del sueño, el ensueño en los procesos creativos, y es precisamente el acto de crear, de jugar en la vida, la base de la importancia del arte en nuestras vidas, crear da felicidad, dice Bachelard:

 “… póngase en el corazón del hombre un germen de felicidad, una sola chispa de esperanza y al punto en su vida entera entra en acción un juego nuevo…”[1].

Por otro lado, siguiendo a Wilfred Bion, menciona, que los especialistas en la primera infancia han señalado igualmente la importancia crucial de la “capacidad de ensoñación” de las madres, lo cual permite filtrar los terrores de los niños[2].

 Qué importante es en nuestra vida, contar con herramientas, instrumentos, medios para enfrentar el arrojamiento[3] que plantea Heidegger, la angustia que provoca el saberse mortal, por ello, propiciar a través del arte y la poesía los encuentros humanos, es sumamente importante. La poeta y traductora argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972), en uno de sus poemas hace referencia a ésta angustia y escribe:

“ La muerte se muere de la risa pero la vida
se muere de llanto, pero la muerte, pero la
vida
pero nada, nada, nada…”

Saberse con el derecho y capacidad de  vivir desde un paraíso creativo, vivir la felicidad, la esperanza, la libertad, y redefinirse ante la nada, es  justo  crear un  espacio poético. El espacio poético es  una posibilidad de libertad,  de generar nuevas  narrativas en nuestra historia, el espacio poético es un atreverse a construir y reconstruir el espacio, el tiempo, el mundo cotidiano.

La poeta estadounidense Emily Dickinson (1830-1886), nos recuerda que la esperanza vive en nuestra alma, recordemos uno de sus hermosos poemas que nos:

“La esperanza es el ser con plumas
Que anida el alma,
Y canta con una melodía sin palabras
Y nunca concluye del todo…”

Buscar los espacios poéticos dentro y fuera de nosotras, es brindarnos el tiempo y el atrevimiento de ser el alma de las pequeñas cosas, contemplar, poner el deseo en el devenir de las formas, es construir un mundo dentro de nuestro mundo, es construir una casa en nuestros muros y ampliar los vínculos, nuestros lazos afectivos, es buscar la belleza para la mirada, el tacto, el oído, crear con todo, con las palabras, con los objetos, con todo el cuerpo, jugar, experimentar la plenitud.

La mujer es creativa por naturaleza, intuitiva, la mujer busca la belleza de una u otra forma, y la mujer también es en nuestra sociedad la principal figura en la crianza, la maternidad, en la casa, ¿Por qué no buscar también la belleza relacional? Es decir, construir una hospitalidad que llene de vapor humano nuestra manera de relacionarnos con los otros, llámese hijos, esposo, familia, amigos, una forma relacional que invite a la sorpresa, al asombro, a la creatividad, a la palabra, a la reflexión, a la introspección, a la caricia del arte.

De pronto me llega  a la mente cómo sería vivir en una sociedad, en un espacio, donde la gente diera valor, realce cada día a las metáforas, a las imágenes poéticas, a la creación de espacios poéticos internos y externos, cómo sería nuestros días, si cada día nos diéramos la oportunidad de jugar dentro de los hogares; …-y si hoy todos somos piratas y comiéramos en una mesa que es como el barco , buscáramos tesoros con un parche en el ojo, o recibiéramos la tarde con un cuento bajo un árbol, al ritmo de la voz que nos recuerde el vientre materno,  juntos, absortos en una nueva historia, o dormir cada noche con un poema, leído, inventado por cada miembro en la familia, que nuestra madre dejara en el buró una hoja en blanco cada día, un espacio para crear, para hacer metáfora, para pintar nuestros sueños-…, asumiendo de manera consciente que  “El ser en sí es ya una metáfora de la metáfora” .

Si bien cargamos en nuestro ser el peso de nuestra cultura, de nuestra sociedad, de las cosas, de la inautenticidad  de “uno mismo”, en la tendencia banal, en la “caída” que plantea Heidegger, lanzados a la vida, viviendo la facticidad, la carga de nuestro pasado y nuestro presente, es posible detenerse un poco, ensoñar, indagar en la consciencia, preguntarnos por nuestra muerte y así sabremos como elegir vivir, buscar lo que el filósofo alemán plantea como la “auténtica posibilidad de ser” distinguiendo la importancia de la calidad del camino.

Es aquí donde la mujer, desde la perspectiva de éste texto tiene un papel fundamental, ayudarse a sí misma y a los otros a elegir una vida auténtica, brindar cuidado, es generar una estructura cohesiva y unificadora. Sin duda la mujer por su papel, por su  rol, por su naturaleza, es quien puede propiciar dentro y fuera de casa los encuentros gratificantes, intersubjetivos. La madre sostiene a su hijo como dice Winnicot con su trato, con su mirada.

Es la madre, la mujer, quien con su seno da la primera hospitalidad a sus hijos, con sus palabras el mundo cobra forma, es a partir de nuestra madre que entramos en la ficción, en la metáfora, es así como se celebra la vida cotidiana, a un lado del fogón, con el chocolate y la frazada y la voz de ese ser que nos vio nacer.

Sin duda la poesía, la literatura, los espacios poéticos, la transformación de la vida cotidiana es posible dando un espacio al arte en nuestra vida.

El arte  nos brinda la oportunidad de transformar nuestro lenguaje, es decir nuestra “casa”, Heidegger escribió en relación a ello, en su  Carta sobre el humanismo en 1946, que el lenguaje es la casa del ser, y a la vez que el lenguaje se convierte en el testigo del ser.

Sin duda el lenguaje, la literatura, la cultura, el arte, en palabras de Daniel Goldin, reactiva la ensoñación, el pensamiento y la disposición inventiva[4]

Acercar, introyectar  el lenguaje del arte, de la poesía, la palabra, el amor, la compasión, es brindar cada día hospitalidad en el mundo, en la “casa”, es crear un espacio poético, y es mejor aún recobrar la dignidad de la vida humana, la estancia, la morada.

Cuidar la casa, apostando el devenir en un espacio poético, es cuidar nuestros ser interior.

Los seres humanos por naturaleza construimos nuestra casa, pero habitarla requiere de algo más; habitar al ser y del ser al cuidar. Vuelvo a Heidegger nuevamente; “No habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en la medida en que habitamos, en cuanto somos lo que habita”.

La casa en el sentido literal y metafórico, es el espacio ideal para que la mujer desde su intuición, su corazón  y el gusto por la vida, invite a esbozar nuevas experiencias poéticas, dar sentido a la experiencia humana, cultivar el arte y los espacios poéticos, no por rendir culto al arte por el arte, sino a la facultad del arte para contribuir a las experiencias estéticas, a su propiedad curativa, sin que esa sea su finalidad última.

Si en algún lugar puede verse ésta riqueza simbólica de la casa, vivida con sentidos de totalidad y plenitud, será en la obra de Remedios Varo (1908-1963) ya que privilegia la representación de la casa, sus ensoñaciones, donde lo poético y el mundo femenino se alían para articular toda una reflexión personal, íntima, crítica y artística en torno a la morada.[5]

Es justo la imagen que luce al principio del presente texto, la obra Bordando el manto terrestre, donde se aborda el tema universal de la creatividad del mundo, donde el mundo es creado colectivamente por mujeres a través de una labor propiamente doméstica y dentro de un recinto privado, íntimo; la casa.

El arte, así como el saber, el conocimiento, nos brindan la posibilidad de crear un mundo enriquecido, congruente. Recuerdo a una de las poetas mexicanas más grades en la historia de la literatura; Sor Juana Inés de la Cruz, quien encarno el conocimiento desde los tres años, leyendo y escribiendo, dominando el latín y a lo largo de su vida cultivo el conocimiento y el arte creando obras literarias, tratados de música, obras teatrales, etc, acción que la llevó a acceder a nuevos mundos, a entrar en una vida de conocimiento, creación y ficción, y sin lugar a dudas es una de las escritoras más reconocidas y respetada en la historia y el mundo del arte.

Conocer nuestro mundo, nuestro contexto, los objetos con los que nos relacionamos, las personas con las que creamos una historia, sabernos con un lugar en el mundo y de pronto rendirse al mundo, es propiciar encuentros, poesía, es crear un tiempo vertical, como plantea Gastón Bachelard, un tiempo artístico, que nos remite explorar como el arte también sana, huecos, heridas y nos invita a mirar nuestro entorno, nuestra vida con otros ojos.

Recuerdo a la artista brasileña, Lygia Clark, (1920-1988) quien a partir de la selección de sencillo objetos ordinarios, crea un encuentro con el público de manera individualizada, para sanar o evocar la “memoria del cuerpo” y es a partir de texturas y de los elementos, que crea un intercambio, un encuentro, que permite viajar al estado primigenio y de algún modo brindando la posibilidad nuevamente de erotizar, corporizar, permitir la singularización y por qué no la compasión.

Sí las madres, las esposas, la mujer creara nuevamente ésta  posibilidad de encuentro, donde el hijo, el esposo, el hermano, la abuela, la madre, etc se sintieran nuevamente presentes, en un espacio poético, sin duda la capacidad relacional sería profunda, poética, humana.

ALGUNAS CONCLUSIONES.-

Para generar espacios poéticos es preciso nutrirse, nutrir el alma, el espíritu, la creatividad, regresar a la curiosidad, regresar a respirar el aroma de los libros, evocar el espíritu de las palabras, ver la casa como un espacio de creación, de cambio, de transformación, como un abrigo, un refugio, una metáfora viva, en la cocina, la habitación, el patio, los rincones, revalorar la presencia de la voz, de la mirada, del contacto, hacer de cada día una fiesta en compañía del otro, del prójimo, del ajeno, dar la palabra, dar un lugar en el mundo.

Cada mujer es una casa, y cada casa es un verdadero viaje, la casa y la mujer en una relación de similitud ambas son creadoras. En ésta vida nuestro oficio es construir nuestra casa ambulante, vagabunda, moviéndonos para crecer, volar y aprender a soñar junto con los nuestros. Me despido con otra imagen poética titulada: Vagabundo, de la pintora española Remedios Varo (1908-1963), quien por cierto creó su espacio poético en México  para el mundo, y haciendo alusión en ésta obra que presento a continuación, presento  la metáfora de la casa, como un continuo viaje, habitando el eterno vuelo creativo.


[1]  Gastón Bachelard; El derecho de soñar, Fondo de Cultura Económica, México, 1985. P. 171

[2] Michéle Petit; El arte de la lectura en Tiempos de crisis; Océano travesía, México, 2009.Pág 54

[3] Concepto que plantea como el ser es lanzado a una existencia y una muerte involuntaria.

[4] Ibíd. Prólogo.

[5] Judit Uzcátegui Araujo , “Formas y modos de habitar en la obra de Remedios Varo”, Revista Voz y escritura. Revista de estudios literarios, No. 17, enero-diciembre 2009.

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