Gregorio vivió en la Colonia Las Cumbres, aquí en Matehuala, desde muy chico le dio por probar la marihuana, se la ofrecieron unos amigos mayores que él con los que se juntaba cerca de su casa.
Sus padres eran trabajadores en una de las maquiladoras de Matehuala, mientras ellos salían a trabajar, Gregorio, el mayor de cuatro hermanos y estudiante de secundaria desaprovechaba el tiempo y poco asistía al plantel escolar.
En carne propia nos narra su experiencia, dice estar arrepentido, pero ahora lucha contra una enfermedad pulmonar originada por el exceso de drogas y cigarros.
“Yo no iba a la escuela, engañaba a mis padres, no se enteraban, o si lo hacían, no me decían nada, siento que me tenían miedo” nos cuenta Gregorio.
“Empecé en esto de la droga a los 13 años, salía a juntarme con chavos más grandes que yo, un día me ofrecieron unos tragos de caguama, empecé a tomar, me sabía muy amarga, pero quise demostrarle a mis amigos que yo también podía estar «a su nivel», después de los tragos de cerveza vinieron los cigarrillos de marihuana “fúmale, te vas a sentir bien” me dijeron, recuerdo que agarre el cigarro y empecé a fumar, me sentía libre, muy valiente, ya estaba al nivel de mis amigos mayores, la mayoría de 18 años, era el más pequeño pero ya tomaba y fumaba al igual que ellos”.
“Ahí empezó la desgracia, mis padres se dieron cuenta un día, cuando en una fiesta en la casa empecé a darle tragos a las botellas de vino a escondidas de mis papás, era el bautizo de mi hermano menor, al principio les pareció como chiste, mi padre también tomaba y en ocasiones mi mamá, especialmente los fines de semana, así que creo que les dio gusto que yo también ya podía acompañarlos, aunque al otro día me reprimieron un poco, no les hice mucho caso, vi que había aceptación y me di más valor para poder tomar de manera más seguida”.
Lo que empezó como diversión, terminó en tragedia, Gregorio se hizo cada día más alcohólico a pesar de su corta edad, vinieron las peleas, padre e hijo en estado de ebriedad discutían y llegaban hasta los golpes delante de toda la familia, aquello fue para Gregorio el inicio de una vida llena de pleitos y visitas a la cárcel.
El destino puso a Gregorio en la cárcel, a sus escasos 19 años se vio involucrado en un asalto, fue denunciado y llegó al Centro de Readaptación, ahí paso su segundo infierno, fue “recibido” por el resto de los reos, ahí su vida cambio, había que pagar por todo, por dormir, por comer, por dejar que lo visitaran sus familiares, aunque esto último fue muy escaso, lo dejaron abandonado, al cumplir su sentencia salió al mundo y se enfrentó a ser señalado por la sociedad, no pudo a pesar de que había dejado sus adicciones en su recapacitación que tuvo cuando estuvo prisionero.
Ahora camina diariamente hacia su trabajo en la carretera 57, sabe que atrás tiene un pasado borrascoso, algo que quisiera que nunca se enterara su pequeño hijo de apenas un año de edad y por quien dice, va a luchar para que nunca agarre el camino equivocado que en su momento Gregorio había tomado.