Región Altiplano

La Leyenda de Maclovio

FRANCISCO DE JESUS LEDEZMA (QEPD)

Maclovio Hernández Rodríguez gustaba de reunirse con sus amigos en la feria de la ciudad, era la década de los setentas y uno de los pasatiempos preferidos de los jóvenes de aquella época era colocarse sobre la calle de Constitución, cerca del stand del tiro al blanco, ahí les pasaba el tiempo pelando y comiendo cacahuates que sacaban uno a uno de bolsitas de papel, que al mismo tiempo les servía como contenedor de basura.

Ahí entre el ruido de las bocinas y el murmullo de la gente, entre el olor a fritanga, churros, papas fritas y enchiladas, conoció a Rosita, su largo pelo suelto la hacía distinguirse de las demás jóvenes que en el barullo femenil caminaban despreocupadas, el flechazo fue mutuo, al poco tiempo Maclovio y Rosita eran novios formales.

La calle Juan Sarabia fue escenario del diario andar de Maclovio hacia la Casa de Rosita, ahí recargados en la Ventana de barrotes largos pasaban las horas, juntos hasta que llegó el día en que decidieron no separarse más y compartir la vida, “compartir la muerte” así sellaron su promesa de unión.

Matehuala era entonces un pueblo en el que la mayoría de las familias solían conocerse, no eran muchos los habitantes y fácilmente se sabía de boca en boca los aconteceres de la época, así fue; pronto todo mundo sabía de la próxima boda: “Rosita Y Maclovio se nos casan” decían sus amistades comunes.

La Sociedad Mutualista enmarcó la elegante ceremonia y su amplio salón lució las mejores galas, con los recursos propios de la época se esmeraron su arreglo, la fiesta fue esplendorosa, nada hubo que opacara la felicidad de los nuevos esposos, nada hasta ese momento.

Quienes conocieron a Maclovio lo describían como un joven de nobleza a toda prueba, con un amor inquebrantable por su amada Rosita, nada existía más importante que ella, así lo decía, así lo demostró; la época no era tan mala, la economía del país daba para que las familias tuvieran una vida de medianía financiera, sin embargo, la llegada de los vástagos (dos hombres y una mujer) empujaron al esposo y padre   a tomar la decisión de buscar el ya nombrado sueño americano.

Y ahí iba Maclovio con su maleta de ilusiones, en un autobús Anáhuac que abordó en la calle Hidalgo, Rosita acompañada de sus hijos fue a darle la bendición, a punto de subir Maclovio se detuvo, dio un giro y quedó frente a frente con su esposa, le tomó la mano derecha, puso su medalla con la imagen de la virgen de Guadalupe, “la dejo con ustedes para que los cuide-le dijo-mientras Rosita hacía esfuerzos por no llorar.

Afuera hacía frío, anochecía, el calendario marcaba la fecha: primero de Noviembre; el motor encendido del autobús aumentó su intensidad, era tiempo de partir, todavía desde su asiento Maclovio alcanzó a sacar su mano por la ventanilla y agitándola le dijo adiós a su familia, un adiós para siempre.

La mañana siguiente era de mucho movimiento Rosita se preparaba para asistir al Panteón a visitar la tumba de su madre fallecida, cuando tocaron a su puerta, era su compadre Juan quien le soltó a bocajarro la noticia “comadre tiene que ser fuerte, Maclovio se ahogó en el Rio”  desde esa noche no hubo sosiego, ni paz, ni esperanza para Rosita, desde esa noche cuentan que hasta la fecha cada año, puntual, una sombra recorre la calle, hay quien dice que le ha visto el rostro, cara espigada, de bigote y sosteniendo una cadenita en sus manos, hay quien afirma que es Maclovio buscando a su Rosita, así le cumple su promesa de “compartir hasta la muerte”.