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La música y el cerebro: una historia de amor neuronal

Por Estefanía López Paulín

¿Alguna vez te has preguntado por qué una canción puede ponerte la piel de gallina o cambiarte el ánimo en segundos? La respuesta está en tu cerebro. La música no solo suena bien: literalmente enciende zonas cerebrales que se relacionan con la emoción, la memoria, el movimiento e incluso la recompensa. Es como si cada nota fuera una chispa que conecta distintas partes de tu mente.

Cuando escuchamos música, el sonido viaja desde el oído hasta el córtex auditivo, pero no se queda ahí. En cuestión de milisegundos, se activan estructuras más profundas, como el sistema límbico (donde viven nuestras emociones) y el núcleo accumbens, que libera dopamina, la misma sustancia que aparece cuando sentimos placer o motivación. Por eso una canción que te gusta tanto puede darte ese “subidón” o esos escalofríos tan característicos.

Además, la música tiene un curioso poder sobre el estrés. Diversos estudios muestran que escuchar melodías relajantes reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y ayuda a que el cuerpo entre en un estado más tranquilo. Incluso puede disminuir la frecuencia cardíaca y mejorar la calidad del sueño. En pocas palabras: la música relaja el cuerpo y calma la mente.

Pero los efectos no terminan ahí. Escuchar música también activa áreas del cerebro relacionadas con la atención, la memoria y la predicción. Cada vez que anticipas el ritmo o esperas el estribillo, tu cerebro está trabajando, haciendo pequeñas “apuestas” sobre lo que vendrá. Esa capacidad de anticipar y ajustar es una forma de ejercicio mental.

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Ahora bien, si escuchar música estimula tanto, aprender a tocar un instrumento es como ir al gimnasio del cerebro. Tocar piano, guitarra o violín implica coordinar movimientos, leer partituras, afinar el oído y mantener la atención. Todo eso fortalece la memoria, la concentración y las habilidades motoras. Se ha comprobado que los músicos desarrollan más materia gris en regiones relacionadas con el control motor y la audición, y presentan una mejor conexión entre los dos hemisferios cerebrales.

Además, aprender música favorece la llamada “reserva cognitiva”, es decir, esa capacidad del cerebro para adaptarse y resistir mejor el paso del tiempo. Por eso, quienes practican un instrumento desde jóvenes o lo retoman en la adultez tienden a mantener sus funciones mentales más ágiles durante más años.

Por otro lado, la música es también una herramienta poderosa para la regulación emocional. No hace falta ser músico profesional: cantar en la ducha, poner tu lista favorita para cocinar o escuchar algo que te emocione activa los mismos mecanismos cerebrales que ayudan a procesar y liberar emociones.

En resumen, la música no solo nos acompaña: nos moldea. Escucharla o tocarla es una forma de entrenar el cerebro, de conectar con uno mismo y con los demás. Así que la próxima vez que pongas tus audífonos, recuerda: no solo estás disfrutando de una canción, estás dándole a tu mente una auténtica sesión de bienestar.

Estefanía López Paulín
Contacto: psc.estefanialopez@outlook.com
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