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[VIDEO] Tiempo de Cine: Better Man

Better Man no es una biopic más. Es una anomalía brillante dentro del género, una película que no pretende glorificar a su protagonista ni vendernos una historia de redención prefabricada. En cambio, nos lleva al abismo emocional de Robbie Williams, ese ícono del pop británico cuya carrera estuvo marcada tanto por el éxito como por la adicción, la ansiedad y la constante necesidad de aprobación.

Dirigida por Michael Gracey, Better Man rompe con la narrativa lineal tradicional. Aquí no hay una secuencia de conciertos gloriosos, premios ni discursos inspiradores. Hay caos. Hay dolor. Y, sobre todo, hay una figura inusual en pantalla: Robbie Williams es interpretado por un chango creado por CGI.

¿Ridículo? Para nada. Es, en realidad, uno de los aciertos más profundos y simbólicos del filme. Gracey toma una decisión audaz al representar al cantante como un mono de circo digital, idea reforzada por el equipo detrás de “El Planeta de los Simios”. El resultado es una metáfora visual poderosa: un artista atrapado en el show, obligado a actuar, a entretener, a saltar de cuerda en cuerda para ganarse el amor del público y sentirse, aunque sea por un instante, suficiente.

La actuación de Jonno Davies como el joven Robbie nos introduce a una mente fragmentada, envuelta en visiones, alucinaciones y monólogos internos que nos permiten presenciar cómo la fama puede ser más adictiva que cualquier sustancia. Robbie no quería ser el mejor cantante. Quería ser famoso. Quería sentirse querido. Y en ese afán, se fue desdibujando hasta convertirse en una caricatura de sí mismo.

Lo interesante de Better Man es que, a diferencia de muchas biografías musicales que elevan a los artistas a la categoría de semidioses, esta película no idealiza. Robbie no es mostrado como un genio incomprendido. Es mostrado como lo que es: un hombre roto, adicto a la validación, atrapado entre la necesidad de gustar y el dolor que eso le generaba.

Por eso esta cinta destaca. Porque, más allá de los efectos especiales espectaculares, lo que verdaderamente impacta es su discurso: ¿Qué pasa cuando el artista entiende que lo aman no por quién es, sino por lo que representa? ¿Qué ocurre cuando la obra se vuelve una jaula? ¿Dónde empieza el personaje y dónde termina el ser humano? Better Man termina por ser la confesión dolorosa de alguien que, en lugar de contarnos su éxito, decidió mostrarnos sus fracasos. Y eso, en estos tiempos de brillo artificial, es un acto de valentía.