Adam Elliot lo ha vuelto a hacer. “Memorias de un caracol” se suma a su filmografía junto a “Mary and Max” y “Harvie Krumpet”, reafirmando su maestría en el cine de animación en stop motion. Con su característico humor cargado de tragedia y tintes cómicos, nos sumerge en la vida de Grace, una mujer marcada por la pérdida y la soledad, que poco a poco aprende a reconstruirse y mirar la vida con valentía.
Grace, una chica que colecciona caracoles y devora novelas románticas, ve su mundo desmoronarse tras la muerte de su padre. En un juego de recuerdos y reflexiones, la historia se estructura a través de cartas que la protagonista envía a su hermano gemelo. Estas cartas funcionan como un diario emocional, donde se abordan temas profundos como la separación, la nostalgia, el sexo y la religión, siempre tratados con la ironía que caracteriza a Elliot.
El director aprovecha la figura del caracol como una metáfora visual que encaja perfectamente con su estilo: formas imperfectas, curvas torcidas y personajes solitarios que apenas encuentran refugio en algunas amistades fugaces. Ahí radica la belleza de su obra: en la invitación a conocer a estos seres marginales que, con sus defectos y fragilidades, logran conmovernos profundamente. Elliot nos muestra, una vez más, que en la imperfección hay autenticidad y, en la tristeza, una extraña forma de belleza.
La película está narrada desde la perspectiva de una mujer que ha pasado toda su vida lidiando con la depresión y la sensación de no pertenecer a ningún lugar. Su camino está marcado por la tragedia, la soledad y la incapacidad de encontrar un propósito en la vida. Sin embargo, en su proceso de autodescubrimiento, poco a poco encuentra aquello que creía imposible: una razón para seguir adelante.
Filmada en stop motion, “Memorias de un caracol” utiliza planos y una paleta de colores tan melancólica como la historia misma. La narración transita con precisión entre la comedia y la devastadora tragedia que representa la vida, logrando un balance emocional impactante. Cada escena está llena de detalles cuidadosamente diseñados, desde los escenarios hasta los gestos de los personajes, lo que da como resultado una obra que no solo es visualmente impresionante, sino también profundamente conmovedora.
Los diálogos están cargados de frases que resuenan en nuestra existencia, confrontándonos con dilemas humanos de manera brutalmente honesta. Uno de los momentos más impactantes de la cinta lo protagoniza «Pinky», un personaje cuya línea final encapsula la esencia de la historia: el dolor de la vida y, al mismo tiempo, la inquebrantable capacidad del ser humano para sobreponerse a las adversidades. Su mensaje es devastador, pero también profundamente esperanzador, reflejando la lucha interna de cada individuo por encontrar significado en su existencia.
Guillermo del Toro ha insistido en que «la animación es un medio para hacer cine y no un género para niños», y “Memorias de un caracol” es la prueba viva de ello. No es una película infantil, sino una obra que nos desafía emocionalmente, nos obliga a mirar dentro de nosotros mismos y, quizás, nos ayuda a encontrar respuestas en el proceso.
Esta es una película que tiene el poder de cambiarnos la vida. Nos muestra que, a pesar del sufrimiento y la incertidumbre, siempre existe la posibilidad de reconstruirse, de hallar belleza en la imperfección y de aprender a vivir con las cicatrices del pasado. En su aparente sencillez y en sus personajes rotos, encontramos un reflejo de nuestra propia lucha por la felicidad.