En el mercado de la droga existe un terror llamado metanfetamina, popularmente conocido como cristal. Esta sustancia se ha posicionado entre los compradores como la más demandada. Atraídos por su accesibilidad, cientos de habitantes del Altiplano caen en las garras de esta trampa mortal que esconde un futuro devastador para los consumidores y sus familias, terminando con la economía y la salud, un costo que rara vez se visibiliza.
Sin embargo, de acuerdo con estadísticas oficiales de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana del Estado, en esta región potosina el cristal es la droga más comercializada junto con la marihuana; la captura de consumidores y narcomenudistas es un cuento de nunca acabar. Lo que comienza con un gasto mínimo pronto se convierte en una necesidad que consume todos los recursos. A medida que la adicción aumenta, el adicto requiere mayores cantidades para conseguir el mismo efecto, llevando el gasto diario a un nivel inalcanzable. Este círculo vicioso empuja a las personas a vender sus pertenencias, robar a sus seres queridos y, en muchos casos, a incurrir en delitos para financiar su necesidad. El dinero ya no se destina a la comida, la renta o los servicios básicos, sino a la droga que no consumen… los consume.
El costo del cristal va mucho más allá del precio de la sustancia. La adicción provoca un daño físico y mental irreparable que requiere de costosos tratamientos médicos. Uno de los síntomas más notorios se refleja en graves problemas dentales. A ello se suman daños cardiovasculares, neurológicos y psiquiátricos, como la psicosis y la paranoia, que pueden requerir hospitalizaciones y terapias especializadas.
A nivel laboral, la adicción a la metanfetamina conduce inevitablemente a la pérdida del empleo. La falta de concentración, la irresponsabilidad y los cambios de humor hacen que mantener una estabilidad laboral sea casi imposible. Las personas pierden su fuente de ingresos, lo que agrava aún más su situación financiera, y el problema termina reflejado en el robo de dinero o “de lo que sea” para venderlo y poder solventar el gasto de la adicción. Las detenciones por posesión o los delitos relacionados con el consumo de drogas conllevan multas, fianzas y costosos procesos legales. La prisión se convierte en una posibilidad real, truncando el futuro de los adictos y convirtiéndolos en parte de las estadísticas del sistema judicial.
Sin embargo, los costos más caros y dolorosos son la pérdida de la familia y, en el peor de los casos, la pérdida de la vida. En el sentido emocional, la adicción fractura los lazos familiares: la confianza se rompe, el amor se contamina con el resentimiento y el miedo, y el dolor de los seres queridos se vuelve insoportable. Los padres ven cómo sus hijos se pierden en el abismo de la adicción, y los cónyuges sufren la agonía de ver a su pareja convertirse en un desconocido. Esta desconexión emocional, esta dolorosa ruptura de la armonía familiar, es una herida que no siempre sana, incluso si la persona logra recuperarse.
El costo total de la adicción al cristal es una cifra incalculable, pero se puede estimar que es miles de veces mayor que el precio de la droga en sí. Es una tragedia silenciosa que destruye lentamente, resultando en la muerte de los consumidores y, tristemente, en la muerte en vida de quienes los rodean.