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Columna I Caza de influencers en tiempos de inseguridad

Por Hares Barragán

Lo ocurrido en el CBTA 52 no es, ni por equivocación, una casualidad. El hecho de que, a través de redes sociales, un joven haya amenazado con ingresar un arma de fuego a la escuela para atacar a uno o varios alumnos revela una problemática que está fermentando desde hace años, la facilidad con la que las juventudes pueden acceder a armas de fuego, la normalización de la violencia como forma de “validación” social y la falta de contención emocional en entornos educativos. Este episodio, aunque finalmente resultó en una falsa alarma, evidencia que en Matehuala existe una grieta estructural que nadie ha querido atender con seriedad. Vivimos en un país donde la violencia ya no sorprende; ha sido adoptada como parte del paisaje cotidiano.

El riesgo crece cuando las redes sociales se convierten en escenario y detonante. La búsqueda de atención, el desafío público, los discursos violentos y la presión social son ingredientes de un fenómeno que se ha visto repetido en Estados Unidos durante décadas. México parece empeñado en copiar las peores prácticas de aquel país, balaceras en escuelas, jóvenes sin supervisión emocional, comunidades enteras anestesiadas ante la violencia. Ante ello, no basta con cruzar los dedos y confiar en la suerte.

Afortunadamente, la tragedia se evitó gracias al rápido y profesional actuar del director del plantel, Víctor Efraín de la Cruz Sol. Su intervención fue clave para tranquilizar al estudiantado, activar protocolos previamente establecidos y solicitar asistencia oficial de inmediato. Este episodio demostró algo fundamental: la preparación salva vidas. En un entorno donde nunca sabes si la amenaza es real, contar con liderazgo firme marca la diferencia. Aunque al final se confirmó como una falsa alarma, la reacción de De la Cruz Sol fue impecable y acorde con los lineamientos preventivos. Eso no debe pasar desapercibido.

Lo que sí llamó la atención fue el papel de algunas autoridades presentes. El director de la Policía Municipal, el flamante comandante Jorge Peña, llegó al lugar con su celular en mano. ¿Para coordinar operativo? ¿Para solicitar refuerzos? ¿Para informar a padres desesperados? No. Para realizar una transmisión en vivo. En dicha transmisión, lejos de abordar el problema de raíz, responsabilizó a los “influencers” por este tipo de conductas. Ni una palabra sobre la creciente delincuencia en Matehuala, ni una línea sobre los grupos criminales que operan en la región, ni un comentario sobre el acceso ilegal a armas. Culpar a influencers es un recurso burdo, fácil, cómodo, un distractor que evita mirar hacia el verdadero origen de la violencia.

Claro, nadie niega la responsabilidad de los padres en la supervisión digital de sus hijos. Nadie discute que las redes han generado fenómenos preocupantes. Pero culpar exclusivamente al entorno digital es una manera de maquillarse la conciencia institucional. Sobre todo cuando la misma corporación policiaca ha sido señalada públicamente por irregularidades operativas, como lo ha reconocido el propio gobernador del estado, Ricardo Gallardo Cardona. Resulta irónico escuchar un discurso moralista de quien no puede garantizar paz ni dentro de su misma estructura.

El problema se agrava cuando recordamos que Matehuala está sumido en una ola delictiva pocas veces vista. Vehículos robados, extorsiones, levantones, carreteras controladas por grupos ilícitos. Mientras tanto, el alcalde Raúl Ortega parece tener una sola prioridad, reelegirse. Ha dejado de escuchar a los ciudadanos, subestimado el hartazgo colectivo y minimizado la realidad. Pareciera que su administración vive en un universo paralelo donde todo marcha bien mientras la gente teme incluso salir a carretera. Su desconexión con las necesidades reales del municipio es insultante.

Aquí es donde urge claridad, el acceso de jóvenes a armas no nace en TikTok. Nace de la ausencia estatal, del mercado negro impune, del crimen organizado operando sin contrapeso. Nace de barrios abandonados, de policías descoordinadas, de autoridades que prefieren el contenido viral antes que la investigación y la inteligencia. Resulta ofensivo escuchar al comandante Peña decir que iniciará una “cacería” contra influencers, mientras él mismo se comporta como uno haciendo transmisiones en vivo para sumar espectadores. Contradicción pura.

La violencia juvenil no se va a detener con likes o transmisiones improvisadas. Requiere programas reales de prevención, apoyo psicológico, diagnósticos comunitarios, disciplina institucional y, principalmente, voluntad política. Y voluntad política no es un video en Facebook.Matehuala no necesita figuras públicas buscando cámara. Necesita seguridad. Necesita operativos constantes. Necesita contención social. Y, para colmo, necesita autoridades que no utilicen cada crisis como trampolín electoral. La violencia juvenil es un grito profundo, no un espectáculo transmitido en vivo.