La reciente visita de la presidenta Claudia Sheinbaum a San Luis Potosí generó una mezcla de esperanza, expectativa y escepticismo entre los derechohabientes del sistema IMSS-Bienestar. En medio de aplausos por la inauguración de nuevas áreas y el anuncio de la rehabilitación de quirófanos en la Huasteca, muchos pacientes se preguntaron si, esta vez sí, habría cambios reales. Pero la realidad que enfrentan día a día es distinta: no hay medicamentos, faltan especialistas y la atención médica sigue siendo deficiente.
En redes sociales y en los pasillos de hospitales, el mensaje fue claro: “Está muy bien que nos visite y se inauguren cosas, pero mejor que nos trajeran medicamentos, porque no hay. En algunos hospitales no tienen ni paracetamol”. El desabasto no es nuevo, pero parece haberse agudizado, al grado que muchas personas con enfermedades crónicas viven en la angustia de no saber si podrán acceder a su tratamiento. Hipertensión, diabetes, insuficiencia renal, gastritis… no se trata de padecimientos raros, sino de condiciones comunes que, sin la medicina adecuada, pueden derivar en complicaciones graves o incluso la muerte.
En el caso de los servicios de urgencias, el sarcasmo entre los usuarios es cada vez más evidente. “¡El IMSS lo logró!”, dicen con resignación, “la gente sale más rápido de las clínicas y hospitales generales, sobre todo del servicio de urgencias”. ¿La razón? El TRIAGE, el sistema que permite clasificar la gravedad de los casos para priorizar atención, prácticamente ha desaparecido. Ahora cualquier paciente puede ser ignorado sin diagnóstico previo. Basta con que el médico de turno diga: “No hay espacio, váyase a otro hospital”. El resultado es un efecto dominó donde los enfermos rebotan de unidad en unidad, y muchos terminan pagando consultas privadas que no deberían costear.
En municipios como Rioverde, la falta de especialistas agrava el problema. Una paciente explicó que solo hay atención con un médico internista y ningún nefrólogo. “Yo vengo cada dos meses, pero ya mejor me voy a San Luis, aunque nos cobran 300 pesos por traslado. Si tienes que ir cinco veces al mes, son 1,500 pesos por persona”, denunció. En una región donde el ingreso promedio es limitado, este gasto extra resulta inasumible para muchas familias. La consecuencia es clara: quienes no pueden pagar, simplemente dejan de tratarse.
En Cedral, la historia se repite. Vecinos relatan cómo en las clínicas no hay medicamentos, ni siquiera para enfermedades comunes. Lo más preocupante es que el desabasto ya no se percibe como una situación extraordinaria, sino como una constante del sistema. Los pacientes deben comprar de su bolsillo los tratamientos que deberían recibir gratuitamente, como insulina, antibióticos, analgésicos e incluso sueros. Y mientras tanto, no hay respuesta clara ni del IMSS ni del Ayuntamiento encabezado por la alcaldesa Cinthia Segovia Colunga.
En Matehuala, el escenario es igual de desolador. Derechohabientes denuncian la escasez de medicamentos incluso para el control básico del dolor, como el paracetamol inyectable, fundamental para pacientes hospitalizados. Las familias han tenido que asumir gastos adicionales, no solo por medicamentos, sino también por materiales médicos que no están disponibles en las clínicas. Esta situación golpea especialmente a los adultos mayores y a personas con enfermedades crónicas, quienes dependen del sistema público de salud para sobrevivir.
Mientras tanto, desde la Federación se insiste en que el modelo IMSS-Bienestar representa una mejora sustancial para el país. Tal vez en el papel, pero en la práctica, muchos se sienten abandonados. No es que no reconozcan los esfuerzos de infraestructura o la intención de crear un sistema universal; es que, para el enfermo que no consigue sus pastillas para la presión o que tiene que viajar horas para ver a un especialista, las buenas intenciones no sirven de nada.
La salud pública no puede basarse únicamente en anuncios, visitas presidenciales o cortes de listón. Necesita insumos, personal capacitado, respuesta institucional y sobre todo, voluntad política para escuchar las voces que vienen desde las salas de espera y no desde los micrófonos. Mientras eso no ocurra, cualquier promesa seguirá sonando vacía y cada inauguración será solo un recordatorio de lo mucho que aún falta por hacer.