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Tiempo de Hablar I Matehuala bajo fuego

Matehuala llega al final de 2025 con la misma marca que se ha tatuado año tras año: violencia, miedo e incertidumbre. Nada de esto es nuevo, pero sí más brutal. Hoy, tres cárteles: el Jalisco Nueva Generación, el del Golfo y el del Noroeste se disputan abiertamente la ciudad. El CJNG mantiene la hegemonía, pero los otros dos vienen empujando con fuerza, y según reportes de seguridad, lo que se vive en estas semanas podría no ser más que el preámbulo de algo peor. Matehuala vive en sobresalto permanente.

Durante décadas, esta ha sido una plaza codiciada. Su ubicación estratégica en la 57, el flujo de mercancías, el dinero que entra y sale con los paisanos, el tráfico de personas y toda la economía criminal que se mueve debajo de la alfombra han convertido al municipio en un nodo perfecto para cualquier grupo delictivo. Aquí todo produce, todo se mueve, todo genera; por eso todos quieren estar aquí. Pero lo que sucede desde hace 15 años ya no se explica solo con geografía o rutas, es un caso de abandono institucional, de gobiernos que decidieron hacerse a un lado.

El punto de quiebre fue el sexenio de Fernando Toranzo. Aquella relación pública con “Los Zetas” abrió la puerta a una etapa donde el gobierno dejó de gobernar y el crimen tomó asiento en primera fila. Luego vino Juan Manuel Carreras, cuya tibieza permitió que la delincuencia creciera como maleza: se expandió a Cedral, Catorce, Guadalcázar y comunidades rurales completas, cobijada por corporaciones desmovilizadas y autoridades sin voluntad. Lo que hoy vemos es consecuencia directa de esos años en que nadie quiso enfrentar el problema.

Y la historia se repite con una precisión escalofriante: detienen policías, detienen comandantes, los vinculan con grupos criminales, y días después están libres, sin explicación, sin un solo expediente sólido. Todo se escurre, todo se archiva, todo se olvida. Muchos reaparecen en otros cargos como si nada hubiera ocurrido. Así, la ciudadanía aprende rápido que la ley no es pareja y que la corrupción ya echó raíces demasiado profundas.

Mientras tanto, el dominio criminal se vuelve cada vez más descarado. La gente, cansada y atemorizada, decidió callar. La consigna es no ver, no preguntar, no denunciar. Y no por apatía, sino porque saben que quienes deberían protegerlos están subordinados. Hay policías que operan como brazos del propio crimen; otros simplemente se hacen a un lado. Algunos comandantes se sienten tan intocables que hasta amenazan ciudadanos y periodistas, como si fueran ellos la autoridad legítima. Esa es la verdadera radiografía del municipio.

Matehuala está bajo fuego, pero también bajo una descomposición completa. Esto no se soluciona con un operativo improvisado ni con boletines llenos de clichés. Es estructural, histórico y producto de años de omisiones, complicidades y silencios. Por eso la pregunta que hoy recorre las calles, aunque nadie se atreva a pronunciarla, es devastadora: ¿quién manda realmente en Matehuala? Porque la respuesta, por dolorosa que sea, no apunta al Ayuntamiento. Y cuando un municipio pierde el control de su territorio, pierde también la esperanza.

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Y hablando del Ayuntamiento, la podredumbre interna tampoco ayuda. El oficial mayor, Pascual Ramírez, sigue mostrando que lo que se llevó cuando trabajó con Víctor Mendoza no le alcanzó. Hoy ya hasta el salario de los trabajadores intenta recortar, como si la nómina fuera su caja chica personal. La corrupción no solo lastima, también alimenta la impunidad que permite que otros poderes ocupen el vacío.

Mientras eso ocurre, el comandante de la Policía Municipal, Jorge Eduardo Peña, anda presumiendo la compra de equipo de cómputo para el C-3, como si fuese logro propio. Los recursos, que deberían provenir del Ramo 33 y ser anunciados institucionalmente por el Ayuntamiento, terminan convertidos en propaganda personal. Y ahí aparece Raúl Ortega, celebrando y permitiendo que el comandante influencer, mejor conocido en las calles como “El Harfuch de Temu”, use cada peso como pretexto para limpiar su imagen entre transmisiones y shows de redes sociales.

Matehuala enfrenta una tormenta por fuera y un naufragio por dentro. Y mientras haya autoridades ocupadas en robar sueldos, fabricar protagonismos y hacer lives en lugar de hacer seguridad, el crimen seguirá mandando. Porque el vacío de poder nunca permanece vacío: siempre lo llena alguien. Y en Matehuala, hoy, ese “alguien” no está sentado en ninguna oficina municipal.