Por donde se le mire, el relleno sanitario de Matehuala apesta, y no sólo por los residuos que ahí se acumulan. El olor más penetrante proviene de las presuntas irregularidades en torno a su operación, los contratos amañados, la corrupción disfrazada de “licitaciones” y los silencios convenientes que han convertido a este tema en uno de los más oscuros de la administración municipal encabezada por Raúl Ortega.
La empresa GISEGA Construcciones S.A. de C.V. se ha convertido en la pieza central de este escándalo. Según denuncias de empresarios, recibió contratos millonarios sin pasar por un proceso formal de licitación. Durante los primeros cuatro meses del año, se le adjudicaron directamente alrededor de un millón de pesos mensuales para operar el relleno sanitario. Solo recientemente, y ante las crecientes críticas, se simuló un proceso de licitación que, de acuerdo con testimonios locales, también fue manipulado: las empresas que “compitieron” tendrían vínculos entre sí, y relaciones comerciales en otros municipios del Altiplano como Villa de Guadalupe y Vanegas.
Lo que debería ser un servicio público transparente se ha convertido en un negocio privado de altos costos. Hay señalamientos directos contra personajes de alto perfil en la región: Franco Coronado, delegado de la SEDESORE en el Altiplano; el diputado local Tomás Zavala; y el expresidente municipal Iván Estrada. Todos ellos habrían encontrado en la recolección de basura un jugoso negocio, que va más allá de la renta de camiones y maquinaria, se incluye personal, choferes, unidades recolectoras, e incluso la disposición final de los residuos.
A todo esto se suma una inquietante pregunta sin respuesta: ¿quién es realmente el dueño de GISEGA? Oficialmente aparece un tal Miguel Reyna, pero vecinos y conocedores del ámbito político matehulense aseguran que se trata de un prestanombres del propio alcalde Raúl Ortega, quien recibiría un “moche” mensual por estos contratos, repartiéndolo entre sus colaboradores más cercanos. Una estructura discreta, pero perfectamente administrada.

Mientras todo esto ocurre en los pasillos del poder, las calles de Matehuala están llenas de basura. Literalmente. Los camiones recolectores no pasan con la frecuencia debida. Algunos vecinos reportan basura acumulada por días, incluso semanas, con consecuencias evidentes: malos olores, fauna nociva, focos de infección. Peor aún, las unidades no son adecuadas y derraman líquidos y residuos en las calles, generando una contaminación visible y alarmante. Sin contar que los operadores trabajan en condiciones inhumanas.
Ante los cuestionamientos, el discurso oficial es el mismo de siempre: “no hay dinero”. Sin embargo, lo que sí hay, y mucho, son viajes al extranjero, comidas en restaurantes de lujo y hasta procedimientos estéticos entre los funcionarios del Ayuntamiento. Un contraste grotesco si se considera que hay colonias sin recolección de basura, con escasez de agua potable y sin servicios públicos eficientes.
La figura del alcalde Raúl Ortega se ha convertido en sinónimo de omisión, negligencia y oportunismo político. A casi ocho meses de haber asumido el cargo, no hay una sola obra de su autoría. Se ha dedicado, más bien, a subirse al tren de las inversiones estatales, colgándose de los proyectos impulsados por el gobernador Ricardo Gallardo Cardona, quien, irónicamente, ha trabajado más por Matehuala que el propio alcalde, aunque en campaña no recibiera el apoyo del electorado de este municipio.
Lo más delicado es que, ante el desgaste y la crítica pública, Raúl Ortega ha optado por delegar sus funciones en su esposa, Zoraira Hernández de los Reyes, presidenta del DIF municipal. Es ella quien, según testimonios, enfrenta los conflictos que Raúl no quiere o no sabe atender. Incluso fue Zoraira quien ordenó el cierre de estancias infantiles, una medida que perjudicó directamente a decenas de familias trabajadoras. Eso sí, dicen que cuando Raúl no acata sus instrucciones, “le va como en feria” en casa.
En el ámbito político, Ortega ya hace planes para el futuro. Su cercanía con Verónica Rodríguez, dirigente estatal del PAN, lo hace soñar con una diputación local, pese a los pésimos resultados de su gestión. Mientras tanto, los ciudadanos se preguntan cómo, en tan poco tiempo, Raúl pasó de tener un modesto Malibu 2000 y un Chevrolet 2012 a conducir una Ford Suburban del año, un Sentra reciente, una camioneta Suzuki y una Silverado azul.
El crecimiento de su patrimonio ha sido tan abrupto como escandaloso, y en un municipio con tantas carencias como Matehuala, eso no pasa desapercibido. Cada unidad nueva que se le ve, cada gasto innecesario, cada comida ostentosa, es una ofensa para quienes viven entre los baches, el polvo y la basura.
Matehuala no solo se ha convertido en un basurero. También es el reflejo de un lodazal político y ético, en el que los beneficios personales están por encima del bien común, y donde la ineptitud se disfraza de discursos baratos. El problema no es solo la basura en las calles, sino la descomposición institucional que se acumula en las oficinas del Ayuntamiento. Y mientras nadie limpia eso, el olor seguirá creciendo.