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Tiempo de Hablar I Morena, el Verde y el fantasma del Viejo PRI

El pasado 5 de agosto, Luisa María Alcalde, presidenta nacional de Morena, visitó tierras potosinas con un mensaje que sonó a promesa de unidad. Frente a la militancia y los medios, reiteró que el partido mantiene abierta la puerta para una coalición con el Partido Verde y el Partido del Trabajo rumbo a las elecciones de 2027, aunque con una condición aparentemente firme: respetar el lineamiento del Consejo Nacional que prohíbe postular a familiares directos de gobernantes en funciones.

En el papel, esa regla parece diseñada para garantizar que el poder no se herede como si fuera una hacienda familiar. En la práctica, en San Luis Potosí, el efecto es el inverso. Morena revela su verdadera naturalez, no es el proyecto fresco y transformador que presume en sus discursos, sino una maquinaria que opera con los manuales heredados del viejo PRI. Las prácticas, el amiguismo, los pactos en lo oscuro y la obsesión por la continuidad del poder están tan vigentes como hace décadas. Y los perfiles que hoy dominan el tablero son, en muchos casos, los mismos que ya operaban bajo las siglas tricolores, solo que con un nuevo color en el logotipo.

Un ejemplo incómodo es el de Rita Ozalia Rodríguez, una de las cartas más visibles del morenismo local y hermana de Rosa Icela Rodríguez, secretaria de gobernación y mano derecha de la presidenta de México. Si Claudia Sheinbaum y la dirigencia nacional insisten en que no habrá espacio para el nepotismo, aquí alguien no ha leído, o no le importa, el reglamento interno. Los operadores de Morena se han instalado en la soberbia, dejaron de caminar las calles, de tocar puertas, de escuchar a la gente. Creen que el partido es una marca que gana sola, olvidando que buena parte de lo conseguido en San Luis se debe al impulso del Gallardato, no a un trabajo político propio.

En este escenario, el Partido Verde se mueve con sigilo pero con objetivos claros, conservar las posiciones clave y mantener su influencia, incluso si el discurso de Morena presume que el Verde es solo un “aliado estratégico”. La realidad es que la dependencia política es mutua y que, sin esa alianza, muchos cuadros morenistas tendrían problemas serios para competir en las urnas.

Mientras tanto, en el terreno municipal, otros actores también juegan su propio ajedrez. En Matehuala, Víctor Mendoza, titere politico del alcalde Raúl Ortega, ya mueve las piezas para colocar a uno de sus hijos al frente del Sistema de Agua Potable, Alcantarillado y Saneamiento de Matehuala (SAPSAM). No es una decisión aislada, el control de esta institución, responsable del suministro de agua, es tanto un asunto administrativo como una herramienta de poder político. Amarrar esa posición no solo asegura influencia inmediata, sino que libera el camino para proyectar a su heredero como candidato a la alcaldía en el futuro cercano.

Y si del PAN hablamos, el panorama es igual de sombrío. Aferrados a mantener la alcaldía, enfrentan un problema que va más allá de la estrategia, simplemente no tienen perfiles competitivos. La administración actual ha demostrado que Raúl Ortega carece de la capacidad para gobernar un municipio del tamaño y la importancia de Matehuala. Su gestión ha estado marcada por la falta de resultados concretos, decisiones erráticas y una evidente desconexión con las demandas ciudadanas. En este contexto, la derecha local parece más ocupada en resistir la pérdida del poder que en construir un proyecto de gobierno sólido.

Lo que se dibuja hacia 2027 es un escenario en el que las promesas de renovación quedarán, una vez más, atrapadas en el pantano de las viejas prácticas. Morena, el PT, el PAN, todos comparten una característica incómoda: juegan con las mismas cartas marcadas, reciclan viejas fórmulas y apuestan a la memoria corta del electorado. Se presentan como alternativas entre sí, pero en la práctica sus métodos y ambiciones son espejos que se reflejan unos a otros.

San Luis Potosí no vive una disputa entre proyectos de cambio y proyectos conservadores, sino entre facciones que compiten por administrar la continuidad del mismo sistema político. Un sistema que, más que abrirle las puertas a la ciudadanía, sigue construyendo murallas para que solo unos pocos, por no decir “siempre los mismos”, tengan derecho a sentarse en la mesa del poder.

La pregunta, a estas alturas, no es quién ganará en 2027. La verdadera pregunta es si los potosinos seguirán conformándose con elegir entre versiones maquilladas de lo mismo, o si algún día la exigencia ciudadana será tan fuerte que obligue a los partidos a abandonar las mañas de siempre. Porque, de no ser así, la historia seguirá escribiéndose con los mismos nombres, los mismos pactos y los mismos resultados.

Y como remate que no tiene relación con las alianzas las terquedades políticas, avisados estamos que el Covid ha tomado fuerza en el Altiplano, así que a cuidarse y si la Jurisdicción Sanitaria es gustosa, empezar por lo menos con campañas preventivas.