Las donas, esas delicias dulces en forma de aro que hoy en día encontramos en todo el mundo, tienen una historia fascinante que se remonta a siglos atrás. Aunque no hay una fecha exacta ni un lugar único de origen, su rastro nos lleva a la cocina medieval del norte de Europa.
Se cree que los precursores de las donas actuales eran panes dulces fritos o cocidos en aceite que se preparaban en la Europa medieval. Estos panes, de forma irregular y con una textura más densa que las rosquillas modernas, ya se disfrutaban en aquella época como un dulce ocasional.
La forma circular que hoy conocemos las donas se le atribuye a los Países Bajos. Allí, desde el siglo XVII, se elaboraban los olykoeks, unos panes redondos de masa frita que se volvieron muy populares en toda Holanda. Se cree que los inmigrantes holandeses que llegaron a Norteamérica en el siglo XVI llevaron consigo la receta de los olykoeks. Estos panes fritos se adaptaron al nuevo contexto y sentaron las bases para la evolución de la dona que conocemos hoy en día.
La incorporación del icónico agujero en las rosquillas se le atribuye al marinero estadounidense Hanson Gregory. La historia cuenta que, en 1847, mientras navegaba, decidió cortar el centro de un olykoek con la tapa de un pimentero para asegurar una cocción más uniforme en su interior. Este simple gesto, nacido de la necesidad práctica, dio origen a la forma característica que hoy en día identifica a las rosquillas.
A partir del siglo XIX, las donas se convirtieron en un postre cada vez más popular en Estados Unidos. Se abrieron tiendas especializadas en su producción y venta, y se fueron desarrollando diferentes recetas y variantes, desde las clásicas glaseadas o espolvoreadas con azúcar hasta creaciones más elaboradas.
Con el paso del tiempo, traspasaron las fronteras de Estados Unidos y se difundieron por todo el mundo. En cada país, esta delicia se adaptó a los gustos y tradiciones locales, dando lugar a una gran variedad de recetas y presentaciones.
