Nosferatu pasó a la historia por múltiples razones: ser pionera del cine vampírico, los horrores de su trama, e incluso la polémica suscitada por adaptar Drácula sin los derechos correspondientes. La creencia popular de que su protagonista, Max Schreck, era un vampiro real, y que llegó a un oscuro acuerdo con el director F.W. Murnau para interpretar al Conde Orlok, enalteció aún más su leyenda. Este mito tan popular incluso se trasladó al cine con la película La sombra del vampiro, protagonizada por John Malkovich y Willem Dafoe.
La leyenda nació del exquisito trabajo de Max Schreck y su perturbadora caracterización, intensificada por una serie de malentendidos. La reservada personalidad del actor resultó en la creencia popular de que Nosferatu fue la única película de su carrera, lo que rodeó su figura de un aura de misticismo. Aunque una simple búsqueda en internet revelaría que Schreck participó en cerca de 40 producciones cinematográficas, muchos siguen creyendo en la singularidad de Nosferatu en su filmografía.
En 1953, el crítico Ado Kyrou cuestionó quién se escondía tras el personaje de Nosferatu. Esto se interpretó como un señalamiento hacia la naturaleza vampírica de Schreck, cuando en realidad Kyrou se refería a los valores simbólicos del vampiro. Además, el apellido Schreck, que significa «terror» en alemán, añadió un toque casual pero significativo a la leyenda.
Este rumor ha fascinado a generaciones y se ha mantenido firme en el imaginario colectivo del público, garantizando su subsistencia por muchos años más, a pesar de haber sido descartado en innumerables ocasiones. La combinación de la impresionante actuación de Schreck, su enigmática vida personal y el significado de su apellido, ha perpetuado el mito del vampiro real en el cine, consolidando a Nosferatu como un clásico inmortal del cine gótico y de terror.