En un evento que marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia Católica, la ciudad de Viterbo fue testigo del cónclave papal más extenso jamás registrado. Tras la muerte del Papa Clemente IV en 1268, los cardenales se reunieron en esta localidad, al norte de Roma, para elegir a su sucesor. Lo que debió ser un proceso solemne y breve se convirtió en un prolongado estancamiento que duró 1,006 días, extendiéndose hasta septiembre de 1271.
Las divisiones entre los cardenales fueron la principal causa de este histórico retraso. Las lealtades a facciones opuestas, principalmente entre aquellos que apoyaban al papado y los que se inclinaban hacia el Sacro Imperio Romano Germánico, sumadas a complejas redes de lazos familiares e intereses personales, hicieron que alcanzar un consenso sobre el nombre del nuevo pontífice fuera una tarea ardua.
La situación se tornó tan desesperante que los ciudadanos de Viterbo, exasperados por la falta de avance y por tener que costear la estancia y manutención de los cardenales, tomaron medidas drásticas. Se dice que llegaron a quitar el techo del palacio donde deliberaban los prelados y restringieron su dieta a pan y agua, con la esperanza de forzar una decisión.
Finalmente, tras casi tres años de deliberaciones, un comité de seis cardenales logró romper el impasse, eligiendo sorpresivamente a Teobaldo Visconti, un clérigo italiano que se encontraba en misión diplomática en Tierra Santa. Al regresar, Visconti tomó el nombre de Gregorio X.
Este cónclave sin precedentes tuvo consecuencias significativas para el futuro de las elecciones papales. El mismo Gregorio X promulgó la constitución apostólica «Ubi Periculum» en 1274, estableciendo reglas estrictas para el cónclave, incluyendo el aislamiento de los cardenales «bajo llave» (cum clave), dando origen al término que hoy conocemos. Estas regulaciones buscaban evitar futuras dilaciones y garantizar una elección más expedita y libre de influencias externas.
Hoy, mientras los cardenales se preparan para iniciar un nuevo cónclave en el Vaticano tras el fallecimiento del Papa Francisco, la historia del cónclave de Viterbo sirve como un recordatorio del peso de la decisión que tienen ante sí y de la importancia de alcanzar un consenso en un tiempo razonable.