La luz, esa manifestación esencial en nuestra vida diaria, es más que simple claridad. Está compuesta por partículas llamadas fotones, que no tienen masa y viajan en ondas. Estas ondas abarcan un espectro que va desde los rayos gamma hasta las ondas de radio, pasando por la luz visible que percibimos como colores. Su dualidad onda-partícula ha revolucionado la ciencia, demostrando que la luz no solo ilumina, sino que revela los secretos del universo.
El espectro electromagnético abarca desde ondas de alta frecuencia, como los rayos gamma, hasta las ondas de radio de baja frecuencia. Dentro de este espectro, la luz visible ocupa una pequeña franja, compuesta por los colores que podemos observar: desde el rojo, con la longitud de onda más larga, hasta el violeta, con la más corta. Este rango determina qué parte de la energía emitida por las fuentes luminosas puede ser detectada por nuestros ojos.
El descubrimiento de la dualidad de la luz, que se comporta tanto como onda como partícula, marcó un hito en la física. Experimentos como el de la doble rendija de Thomas Young confirmaron que la luz puede interferir y difractarse como una onda. Por otro lado, Albert Einstein demostró que los fotones pueden transferir energía de forma discreta, explicando fenómenos como el efecto fotoeléctrico, fundamental para tecnologías modernas como las células solares.
Además, la luz es esencial en aplicaciones científicas y tecnológicas, desde el estudio de las estrellas hasta la comunicación por fibra óptica. Su capacidad para viajar a una velocidad de aproximadamente 300,000 kilómetros por segundo en el vacío la convierte en una herramienta invaluable para comprender la naturaleza del espacio-tiempo y el funcionamiento del universo.
Este fenómeno, base de la óptica y la física moderna, sigue intrigando a los científicos y desempeñando un papel central en nuestra comprensión del mundo.