La creencia de que un año en la vida de un perro equivale a siete años en la vida de un ser humano ha sido parte de la sabiduría popular durante mucho tiempo. Sin embargo, las investigaciones científicas están desafiando esta noción ampliamente aceptada, demostrando que la relación entre la edad canina y humana es mucho más compleja de lo que pensábamos.
La velocidad de envejecimiento de un perro varía significativamente según varios factores, y no todos los canes avanzan en un ritmo constante de siete años por uno. Un elemento crucial es el tamaño de la raza. Los perros pequeños, como el Chihuahua o el Yorkshire Terrier, tienen un ritmo de envejecimiento diferente en comparación con razas medianas como el Pastor Alemán, o razas grandes como el San Bernardo.
Por ejemplo, para las razas más grandes, la regla de que un año canino equivale a ocho años humanos se acerca más a la realidad, pero aún así, no es una relación directa y constante. En definitiva, la idea de que los perros envejecen siete veces más rápido que los humanos es simplista y no se sostiene con precisión científica.
No obstante, es innegable que los perros tienden a madurar mucho más rápido que los humanos. Los más pequeños pueden tener un ritmo de envejecimiento más lento que los perros más grandes, lo que contribuye a su longevidad relativa.
Para hacer una estimación más precisa de la edad canina, se sugiere el siguiente enfoque: para perros que pesan menos de 10 kilos, el cálculo es relativamente sencillo después de los dos años. Una vez que un perro pequeño alcanza esta edad, que sería equivalente a 24 años humanos, se puede sumar cuatro años caninos por cada año adicional. Por ejemplo, 16 años caninos se traducirían en aproximadamente 80 años humanos.
No obstante, para perros más grandes, el cálculo se vuelve más complejo ya que los años a sumar varían a medida que pasa el tiempo. La relación no es constante ni lineal, y la velocidad de envejecimiento varía en función de la raza y otros factores individuales.