Hay historias que parecen inventadas por el cine… pero esta ocurrió en plena Ciudad de México, a la vista de miles de personas que nunca imaginaron el horror que se escondía detrás de dos simples macetas.
Durante casi veinte años, una casa común ubicada en Insurgentes Norte, muy cerca de donde hoy pasa el Metro La Raza, guardó un secreto que estremecería al país.
La gente la llamaba “La Casa de los Macetones” por las enormes macetas que decoraban su entrada, sin saber que dentro se vivía una pesadilla silenciosa.
En esa casa vivían Rafael Pérez Hernández, su esposa y sus seis hijos. Hacia afuera, él se presentaba como un hombre trabajador que fabricaba raticida. Pero puertas adentro, era un tirano obsesionado con mantener a su familia aislada del mundo. Los pequeños pasaban horas ayudando a su padre a fabricar raticida. No había risas, no había juegos, no había infancia. Eran niños que vivían en un mundo inventado por el miedo, en una vida que nunca eligieron. Varios de ellos ni siquiera sabían leer ni escribir. No sabían lo que era un parque, un helado, una fiesta de cumpleaños. La casa era su universo completo… y su cárcel.
Convenció a su esposa y a sus hijos de que afuera todo era peligroso: que la gente era mala, que el mundo estaba contaminado, que solo encerrados podían mantenerse “puros”. Y así comenzó un encierro que duró 18 largos años.
Las ventanas estaban tapizadas, nadie podía asomarse y las puertas permanecían aseguradas. Los niños crecieron sin escuela, sin amigos, sin conocer la calle y sin saber siquiera cómo era la vida normal. Su “protección” era en realidad control, miedo y manipulación.
Un día de 1959, uno de los hijos , ya adolescente, reunió el valor suficiente para desafiar el mundo que su padre les había fabricado. Escribió una nota pidiendo ayuda… y la lanzó por una rendija hacia la calle. Esa hoja cayó en manos de una persona que la llevó a las autoridades. Lo que siguió fue el descubrimiento de una de las historias más estremecedoras de México.
Cuando la policía entró, encontró una familia demacrada, aislada, confundida, viviendo en condiciones insalubres y aterrorizada por el exterior. La noticia explotó en todos los periódicos. El caso inspiró libros, reportajes y una película icónica:
El castillo de la pureza en 1973, dirigida por Arturo Ripstein y escrita por José Emilio Pacheco, una obra que convirtió el caso en una referencia cultural para generaciones enteras.






