Cada 4 de octubre, los habitantes del Altiplano Potosino se reúnen para celebrar a San Francisco de Asís, conocido cariñosamente como “Panchito”. Aunque Real de Catorce es el municipio emblemático de esta festividad, la devoción por el santo se extiende a varios municipios de la región, donde peregrinos recorren largas distancias en señal de fe y gratitud. La tradición ha logrado trascender generaciones, convirtiéndose en un evento cultural y religioso de gran importancia para toda la zona.
Desde Villa de la Paz, Matehuala y otras localidades, cientos de fieles caminan durante horas para llegar a Real de Catorce. El Templo de la Purísima Concepción, donde se venera a San Francisco, se transforma en un punto de encuentro para quienes buscan agradecer por favores recibidos o pedir ayuda en situaciones difíciles. Los muros del templo están adornados con retablos, imágenes y ofrendas que los creyentes colocan como muestra de gratitud por los milagros atribuidos a “Panchito”, desde curaciones milagrosas hasta protección frente a adversidades personales y familiares.
El camino hacia el templo está cargado de leyendas y relatos que combinan misterio y fe. Una de las historias más conocidas asegura que aquellos que se atrevan a tomar el dinero dejado para Panchito no podrán salir del municipio hasta devolverlo. Según la tradición, “El Jergas”, fuerza sobrenatural que habita en el pueblo, hace que los vehículos se descompongan impidiendo la salida de quienes cometen esta falta.
Cada peregrino tiene su propia experiencia y muchas veces, historias que parecen increíbles se mezclan con la fe. Ezequiel Estrada relató para El Tiempo del Altiplano: “En la capilla de la mina, donde inicia el recorrido, me encontré con un compañero que vivía a media cuadra de mi casa y que yo no conocía, a pesar de llevar 15 años viviendo allí. Caminamos juntos, pero al llegar a la cuesta, él se apartó y nunca regresó. Pregunté y nadie pudo darme razón de quién era. Esa experiencia me marcó profundamente y me recordó que el camino es también un espacio de lo inexplicable”.
David Peña compartió otro relato sorprendente: “Hace unos 25 o 26 años, mi papá caminó con una tía y compañeros de trabajo hacia Real de Catorce. Al llegar a la cuesta, alrededor de la 1 o 2 de la mañana, todo quedó en silencio: los animales dejaron de hacer ruido y el viento se calmó. De repente, una luz en forma de platillo volador se elevó sobre nosotros, iluminando con intensidad pero sin emitir sonido. Duró unos segundos y luego desapareció. Tres miembros de mi familia vieron lo mismo, y los compañeros de trabajo de mi papá también fueron testigos. Muy pocas personas cuentan estas experiencias, pero para quienes las vivieron, son recuerdos imborrables que fortalecen la fe en Panchito”.
Los relatos de resistencia y milagro personal abundan. Petra Puente Méndez relató: “Hace unos años decidí pagar una manda caminando hacia Panchito. Salimos a las 2:00 a.m. y al llegar a la Cuesta Grande, ya no podía continuar. Vi la larga fila de luces de otros peregrinos y me sentí agotada. De pronto, apareció un viejito con un bastón acompañado de un niño pequeño. Eso me motivó a levantarme y seguir. Cuando finalmente llegué a la iglesia y vi a Panchito de cerca, sentí un escalofrío y una alegría inmensa. La fe mueve montañas”.
Además de la devoción, el camino está lleno de historias de encuentro y milagro comunitario. Muchos peregrinos relatan cómo conocen a personas con las que compartieron barrio o familia pero nunca habían visto, y cómo estas experiencias fortalecen los lazos entre los habitantes del Altiplano. La caminata hacia Real de Catorce se convierte así en un espacio de unión, meditación y aprendizaje, donde cada historia se suma al imaginario colectivo de la región.
La festividad de San Francisco de Asís en el Altiplano no es solo un acto religioso, es un fenómeno cultural que combina tradición, leyenda y espiritualidad. Para los habitantes y visitantes, el camino a Real de Catorce representa un trayecto de fe, donde la mística, los milagros y las historias extraordinarias se entrelazan con la vida cotidiana. Cada peregrino lleva consigo su propia experiencia, pero todos comparten la misma certeza, la devoción a Panchito transforma el cuerpo, la mente y el espíritu, y mantiene viva la riqueza cultural del Altiplano Potosino.