Con una década al servicio de la comunidad en el Santuario de Guadalupe en Matehuala, el padre Salvador Villalpando reflexiona sobre su trayectoria sacerdotal, una vocación que define como un llamado divino. Próximo a cumplir 57 años desde su ordenación, el padre Salvador comparte su perspectiva sobre el sacerdocio, la importancia de la fe en la familia y el inesperado regalo de la pandemia.
Para él, la vocación sacerdotal no es una elección personal, sino una invitación de Dios. “Es Dios el que te llama, a través de invitaciones de otras personas o algún detalle que te llame la atención”, explica, subrayando que se trata de una respuesta a un llamado superior. Esta profunda conexión con la fe se revitaliza diariamente con el contacto humano. El padre Salvador se alegra al ver a la gente contenta y al recibir sus saludos, pues esto, asegura, “revitaliza su vida”.
Al mirar hacia el pasado, el sacerdote destaca el papel crucial de las generaciones mayores en la transmisión de la fe. Reconoce que la participación de padres y abuelos ha sido fundamental para que las nuevas generaciones sigan asistiendo a misa y se acerquen a Dios. Es en este legado familiar donde reside la fuerza de la tradición y la continuidad de la fe.
Villalpando también reflexiona sobre un período reciente de grandes desafíos: la pandemia. Lejos de verla como una calamidad, la califica de “bendita”, ya que, aunque impidió las reuniones presenciales, abrió una nueva ventana para la evangelización. Las transmisiones de misas a través de plataformas digitales permitieron que muchas personas, que por diversas razones no podían asistir, se mantuvieran conectadas con su fe.
Con una mirada de esperanza, el padre Salvador Villalpando invita a todos los feligreses a seguir buscando a Dios y a ser portadores de esperanza. Su mensaje es claro: en un mundo lleno de incertidumbre, la fe puede ser una luz que guíe y dé fortaleza.