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[VIDEO] Panadería Bernal: un sabor que se remonta a 1950

Todo comenzó en la década de los 50 con don Cipriano Bernal, un hombre que inició su vida laboral en Matehuala lustrando zapatos

La Panadería Bernal es un cofre de memorias y una muestra de perseverancia que ha deleitado a Matehuala por más de medio siglo. Israel Bernal, digno heredero de este negocio, revela qué hay detrás del telón de una historia que sabe a pan de pueblo, a leña y a trabajo familiar.

Todo comenzó en la década de los 50 con don Cipriano Bernal, un hombre que inició su vida laboral en Matehuala lustrando zapatos, pero la vida lo guió a las panaderías, haciendo oficios básicos. El destino lo llevó a Villa de La Paz, donde se forjó a la sombra de un panadero español.

Fue un rumor, una voz de incertidumbre, la que cambió el curso de esta historia, pues se decía que la mina de La Paz cerraría. El panadero español, en un gesto de confianza, ofreció el negocio a don Cipriano. Sin dudar, y uniendo sus ahorros con un préstamo y, lo más importante, el capital que le dio su madre, don Cipriano se hizo de la panadería.

El rumor se convirtió en impulso para el cambio. Empezaron a juntar herramientas, a soñar con un nuevo comienzo. Así, a principios de la década de los 60, la familia Bernal migró a Matehuala. Desde entonces, tres generaciones han mantenido viva la flama en la esquina de Independencia y Constitución, haciendo de cada pan una tradición.

Israel Bernal, con la pasión que se hereda, revela el corazón del sabor Bernal: “A la antigüita”, sentencia. La panadería sigue operando con su horno de bóveda de ladrillo, que impregna el pan de ese carácter rústico e inconfundible. La masa, subraya Israel, no está industrializada: es trabajada con las manos y el tiempo, como lo hacía don Cipriano.

Israel Bernal extiende una calurosa invitación a la gente de Matehuala y a los visitantes para que acudan a la Panadería Bernal, en la esquina de Independencia y Constitución, a deleitarse con un pan que es un pedazo de su historia y a apoyar el comercio local que se niega a ceder ante la prisa de la industria.

Cada concha, cada bolillo, es un homenaje a aquel bolero que se atrevió a cumplir sus sueños de crear pan recién horneado para deleitar paladares.