La piñata, símbolo festivo por excelencia en las celebraciones mexicanas, es el resultado de un meticuloso proceso artesanal que mezcla creatividad, paciencia y tradición. Su elaboración, aunque a menudo se asocia con épocas decembrinas o fiestas infantiles, es un arte vigente que se transmite de generación en generación en diversas regiones del país.
Todo comienza con la estructura base, la cual se realiza comúnmente con un globo inflado o con moldes reutilizables hechos de cartón o barro. Alrededor de esta figura se van pegando tiras de papel periódico humedecidas con engrudo —una mezcla casera de agua y harina— hasta formar una superficie resistente. Esta etapa puede tardar varios días, ya que cada capa debe secarse completamente antes de aplicar la siguiente.
Una vez que la forma básica ha sido endurecida, se procede a darle vida a la piñata con los tradicionales picos (en el caso de las piñatas de estrella) o con figuras temáticas como animales, personajes animados o elementos culturales. Los artesanos cortan, enrollan y pegan papel de colores vibrantes, formando flecos y detalles que otorgan carácter y estilo a cada pieza.
El toque final es decorativo, pero también funcional: se le deja una abertura para introducir dulces, frutas o juguetes, lo que convierte a la piñata en el centro de la diversión durante las fiestas. En muchos talleres también se incorporan estructuras con alambre o refuerzos para soportar los golpes que recibirá durante el festejo.
Detrás de cada piñata hay horas de trabajo, habilidades manuales afinadas con el tiempo y un profundo respeto por una tradición que, aunque ha evolucionado en formas y estilos, conserva su esencia como símbolo de alegría, unión familiar y celebración.