Trabajar bajo presión es una experiencia común en el mundo actual, especialmente en entornos altamente competitivos o con plazos ajustados. Pero, ¿cómo responde realmente nuestro cerebro a estas condiciones? La ciencia nos ofrece algunas respuestas que ayudan a entender por qué algunas personas prosperan y otras colapsan ante la presión.
Cuando una persona se enfrenta a una situación estresante, el cerebro activa una respuesta automática conocida como el modo de lucha o huida. Esta reacción es gestionada principalmente por la amígdala, que interpreta el estrés como una amenaza. A su vez, el hipotálamo envía señales a las glándulas suprarrenales para liberar adrenalina y cortisol, las hormonas del estrés.
Este cóctel hormonal acelera el ritmo cardíaco, aumenta la presión arterial y redirige la energía del cuerpo hacia los músculos y funciones esenciales. En el corto plazo, esto puede traducirse en mayor enfoque, energía y productividad. Sin embargo, cuando el estrés se prolonga, el exceso de cortisol puede deteriorar funciones cognitivas importantes como la memoria de trabajo, la toma de decisiones y el control emocional, al afectar directamente al corte prefrontal, la región encargada del pensamiento racional.
Según estudios de neurociencia cognitiva, la presión puede tener un doble filo: en cantidades moderadas, mejora el rendimiento; pero si se convierte en estrés crónico, reduce la creatividad, incrementa los errores y disminuye la capacidad de resolver problemas.
A pesar de esto, algunas personas parecen rendir mejor bajo presión. La clave podría estar en la tolerancia al estrés, que varía según la genética, el entrenamiento mental y las experiencias previas. Técnicas como la respiración consciente, el entrenamiento en mindfulness y la gestión del tiempo ayudan a regular la respuesta del cerebro y a convertir la presión en aliada.
En conclusión, entender cómo responde el cerebro al estrés no solo permite mejorar el rendimiento personal, sino también diseñar entornos laborales más saludables y sostenibles.