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[VIDEO] Tiempo de Cine: Good Boy

Por Hares Barragán

En un género tan saturado como el del terror, donde abundan los espíritus vengativos, los sustos prefabricados y los monstruos digitales, “Good Boy” sorprende por su originalidad y sensibilidad. La historia parte de una premisa sencilla, pero profundamente emotiva, un perro leal se muda con su dueño, Todd, a una cabaña en medio del bosque, donde ambos se enfrentan a fuerzas sobrenaturales que acechan desde las sombras. Lo que podría haber sido otro relato más de casas embrujadas se transforma aquí en algo distinto, un ejercicio de empatía contado desde los ojos de un animal.

El director Ben Leonberg demuestra una comprensión poco común del punto de vista y la percepción. Al situar la cámara a nivel del perro, convierte al espectador en testigo de una realidad alterada, donde los ruidos, las sombras y los movimientos adquieren un peso emocional distinto. El uso del sonido ambiente es especialmente notable, el crujir de la madera, el viento que se cuela entre los árboles o un simple ladrido en la noche se vuelven detonantes de tensión. Leonberg prescinde de los sobresaltos fáciles y construye su miedo desde lo sensorial, con imágenes que apelan más a la inquietud que al espanto.

El resultado es un tipo de terror que no busca tanto asustar como incomodar desde lo emocional. No es una película sobre fantasmas que aparecen, sino sobre el amor que persiste incluso cuando la oscuridad se cierne sobre todo. En ese sentido, el personaje del perro se convierte en el verdadero corazón de la historia. 

La trama se siente algo delgada, con repeticiones de situaciones y escenarios que restan dinamismo a la narrativa. Hay momentos en los que parece que la historia se queda estancada en su propia atmósfera, sin avanzar hacia una resolución más contundente. Además, para quienes buscan un terror más directo o visceral, el filme puede resultar demasiado tenue. Comparada con otras producciones contemporáneas del género, Apuesta más por la melancolía y la introspección que por la adrenalina.

Aun así, la película deja una huella singular. Su fuerza no reside en los sustos, sino en su capacidad para reflexionar sobre la lealtad, el miedo y la fragilidad compartida entre humanos y animales. Lo que en principio parecía una historia sobre un perro enfrentando fantasmas termina siendo una parábola sobre la fidelidad, el amor incondicional y la manera en que incluso las criaturas más puras pueden percibir el mal antes que nosotros.

“Good Boy” no reinventa el terror, pero sí lo humaniza, o, mejor dicho, lo animaliza, recordándonos que la valentía no siempre viene de quien empuña un arma o recita un conjuro, sino de quien, sin entender del todo lo que enfrenta, permanece al lado de quien ama. En tiempos donde el miedo en pantalla suele ser puro artificio, esta película nos recuerda que el verdadero espanto, y también la verdadera ternura, pueden caber en la mirada de un perro.