En medio del panorama saturado del cine mexicano, dividido casi siempre entre comedias románticas y dramas crudos sobre el narcotráfico, “Pérdida total” aparece como una grata sorpresa. Es una película que se atreve a salir del molde, ofreciendo una tragicomedia que combina grandes actuaciones, una narrativa bien construida y un sentido del humor oscuro pero muy efectivo.
La historia gira en torno a Claudio (interpretado por Leonardo Ortiz Gris), un personaje complejo, entrañable y detestable al mismo tiempo. Claudio es un mentiroso empedernido, alguien que ha perfeccionado su capacidad de manipulación hasta llevarla a todos los aspectos de su vida: desde su trabajo como vendedor de tiempos compartidos, hasta su papel como padre, pareja y deudor. Vive de mentiras, y no parece tener intenciones de parar… hasta que la realidad lo alcanza.
Acorralado por las deudas y bajo la presión de un cobrador particularmente insistente (interpretado por Joaquín Cosío), Claudio idea un plan desesperado: viajar a Estados Unidos y vender su camioneta para obtener dólares. Cuando eso falla, su siguiente idea es más arriesgada aún: provocar un accidente, declarar la camioneta como pérdida total y cobrar el seguro. El problema es que no contaba con un giro inesperado: el vehículo es encontrado con el cadáver del hijo de un narcotraficante dentro.
A partir de ahí, la vida de Claudio se convierte en un torbellino donde su talento para engañar ya no le sirve de mucho. Lo que sigue es una serie de enredos que mantienen al espectador al borde del asiento, con momentos cómicos muy bien logrados y diálogos que no sólo sacan risas, sino que también invitan a la reflexión sobre la moralidad, las contradicciones humanas y el caos de la vida cotidiana.
Uno de los grandes méritos de “Pérdida total” es que no cae en la exageración fácil. El humor no depende de chistes forzados ni de situaciones absurdas sin sentido; al contrario, se apoya en lo cotidiano, en lo creíble y en lo que podría sucederle a cualquiera que viva de engañar. La película se siente fresca y auténtica, incluso cuando coquetea con lo absurdo.
Además, el tratamiento del tema del narcotráfico merece una mención especial. A diferencia de muchas otras producciones que lo abordan desde un lugar melodramático o sensacionalista, aquí se presenta con mesura, casi como una ironía oscura más del guion. No se glorifica al crimen ni se victimiza de más: simplemente se reconoce su presencia en la vida mexicana actual.
Las actuaciones son otro punto fuerte. Leonardo Ortiz Gris lleva el peso de la película con solvencia, logrando que el espectador empatice con un personaje moralmente dudoso. Joaquín Cosío, por su parte, aporta fuerza y presencia a cada escena en la que aparece Pérdida total es una de esas películas que vale la pena ver no sólo por lo bien hechas que están, sino por lo que representan: una apuesta por algo distinto, por una narrativa menos complaciente y más retadora. Es una comedia con profundidad, una crítica disfrazada de humor y una prueba de que el cine mexicano puede reinventarse cuando se lo propone.