Se estrenó Superman, y como se esperaba, está dando mucho de qué hablar. Es imposible no mirarla con lupa: es la apuesta de James Gunn para reiniciar un universo DC que ha dado pocas buenas sensaciones durante años y que necesitaba urgentemente un cambio. En términos generales, la película es buena, entretenida y, sobre todo, esperanzadora. Cumple con recordarnos que el Hombre de Acero sigue siendo el superhéroe que encarna la verdad y la justicia.
David Corenswet se pone la capa y, para sorpresa de muchos escépticos, le queda perfecta. Hay momentos en que se percibe genuinamente como el Superman que muchos querían volver a ver: noble, recto, consciente de su inmenso poder pero conectado a su parte humana, esa que se forjó en los campos de Smallville. Hay escenas, sobre todo las más íntimas, que sostienen toda la carga emocional de la película y logran equilibrar bien la acción explosiva con diálogos.
Pero aquí es donde empiezan los “peros”. Se nota, y mucho, la mano de James Gunn, el mismo que le inyectó irreverencia y humor al universo Marvel. Para algunos, eso es refrescante; para otros, como quien escribe estas líneas, resulta excesivo. Hay chistes metidos con calzador que interrumpen momentos que podrían ser épicos, diálogos que rompen la tensión justo cuando se construye algo grande, y personajes secundarios que parecen salidos de otro lado, casi un guiño a sus días con Guardianes de la Galaxia. A veces da la impresión de que estamos viendo una fusión rara entre Superman y Star-Lord.
Lex Luthor, interpretado por Nicholas Hoult, tampoco termina de despegar. Sí, cumple con ser el antagonista cerebral y retorcido, pero su odio hacia Superman no tiene la profundidad que uno espera. Nunca hay una escena que de verdad nos explique por qué quiere destruirlo o qué trauma lo impulsa. El resultado es un villano correcto, pero olvidable. Es una lástima porque Luthor debería ser, junto con Superman, la columna vertebral de este nuevo arranque.
El que se roba la película es, curiosamente, Krypto. El famoso perro de Superman es adorable, heroico y, aunque su raza es distinta a la clásica versión canónica, se vuelve una pieza clave para darle calidez a la historia. Es curioso que, en una película sobre Superman, el que termine levantando más aplausos sea su mascota.
Claro que hay que reconocerle méritos a James Gunn. Pese a los excesos, consigue devolverle a Superman esa aura de esperanza que el cine de superhéroes había abandonado por años. En un mundo que celebra antihéroes rotos, villanos carismáticos y héroes cínicos, ver a Clark Kent intentando ser bueno de verdad, luchando por encajar sus orígenes kryptonianos con sus raíces humanas, es un recordatorio necesario de por qué este personaje importa. Y de por qué, si se hace bien, puede volver a ser el estandarte de un DC renovado.
Eso sí: ojalá Gunn entienda que no todo necesita sarcasmo, ni chistes cada tres minutos para enganchar al público. Superman es más que un pretexto para meter guiños y cameos. Es un símbolo, uno que merece respeto y profundidad. Si este es el punto de partida, hay futuro, pero será mejor que encuentren pronto el equilibrio entre el humor, la emoción y la grandeza que Superman exige.
En definitiva, Superman es un buen paso. Tiene corazón, tiene un protagonista que promete y deja claro que hay material para soñar. Pero también es una advertencia: si DC quiere construir algo sólido, necesita un Superman que vuele alto sin cadenas de chistes y sin villanos flojos. Porque el mundo puede volverse todo lo cínico que quiera, pero siempre necesitará un héroe que nos recuerde que la bondad aún vale la pena.