En tiempos donde el cine comercial parece obsesionado con superhéroes, universos conectados y fórmulas que garanticen taquillas millonarias, «Un mejor papá» se presenta como un respiro narrativo. Dirigida con sensibilidad por Tracie Laymon, esta película independiente no busca reinventar el cine ni aspira a premios. Lo que hace, y lo hace muy bien, es recordarnos que las historias más simples, contadas con honestidad y corazón, pueden ser profundamente conmovedoras.
La trama parte de una premisa sencilla, pero cargada de simbolismo emocional. Lily Treviño (interpretada por Barbie Ferreira) es una joven marcada por el abandono paterno, ese tipo de herida que no sangra, pero tampoco deja de doler. En su búsqueda por sanar, acude a un recurso tan cotidiano como poderoso: Facebook. Intenta encontrar a su padre biológico, pero en el camino, se cruza con otro Bob Treviño (John Leguizamo), un hombre completamente ajeno a su vida… al menos al inicio. Lo que sigue no es un reencuentro familiar tradicional, sino algo más complejo y hermoso: una amistad improbable entre dos almas rotas que, sin saberlo, estaban esperando encontrarse.
Esta historia, que en otras manos podría haberse convertido en una comedia tonta o en un melodrama predecible, se convierte aquí en un retrato contenido, humano y profundamente empático. No hay giros de guion forzados ni sentimentalismo barato. La película camina por la delgada línea entre el drama y la comedia, encontrando momentos de ternura genuina y de humor melancólico sin caer nunca en el exceso.
Uno de los grandes aciertos del filme es evitar las rutas fáciles. En lugar de ofrecer una narrativa romántica, opta por algo mucho más raro, y más necesario: una historia de afecto entre dos personas solitarias, sin ningún tipo de tensión sexual, donde el motor principal es la necesidad de sentirse querido y comprendido. «Un mejor papá» se aleja de la idea de que toda conexión debe convertirse en amor romántico, y se instala cómodamente en un terreno más escaso y valioso: la amistad verdadera, la familia elegida.
El guion, aunque no se adentra profundamente en todos los temas que toca, los aborda con respeto y realismo. No busca respuestas fáciles ni finales redondos. Al contrario, deja espacio para la duda, la incomodidad y la incompletitud, porque así es la vida. Así es también la sanación: lenta, irregular, a veces insuficiente. Y eso es lo que vuelve a «Un mejor papá» tan creíble y entrañable.
En lo técnico, la película está bellamente realizada. Sin grandes despliegues visuales, el diseño de producción y la fotografía son eficientes y al servicio de la historia. Todo está al ritmo de los personajes y sus emociones. El resultado es una obra contenida pero cargada de sentido.
Las actuaciones son otro punto fuerte. Barbie Ferreira se aleja de los roles más adolescentes por los que se le ha conocido, y entrega una interpretación sólida, madura y muy emocional. Lily es frágil sin ser débil, decidida pero perdida. Ferreira logra transmitir esa complejidad con sutileza. John Leguizamo, por su parte, le da a su personaje una humanidad conmovedora. Su versión de Bob Treviño es cálida, torpe, pero inmensamente generosa. La química entre ambos sostiene la película y permite que el espectador crea, desde el primer momento, que estos dos personajes podían encontrarse y cambiarse la vida mutuamente.
«Un mejor papá» no busca llamar la atención, pero es difícil olvidarla. A través de una historia sencilla, logra tocar fibras universales: la necesidad de pertenecer, de perdonar, de volver a empezar. Habla de las familias que no se heredan, sino que se construyen. De las personas que llegan tarde, pero llegan para quedarse. Y de los vínculos inesperados que, sin darnos cuenta, nos salvan un poco.